Creo que todo el mundo ha escuchado o leído en los diferentes medios de comunicación algunos calificativos para describir a Sánchez: egocéntrico, orgulloso, manipulador, mentiroso, caprichoso, carente de empatía… es decir, todo tipo de patologías que adornan su retorcida personalidad. Sin embargo a mí lo que me parece es que se trata de un tipo aburrido, pero aburrido en grado sumo, es decir, aburridísimo, pesado, tedioso, soporífero y cansino. Eso de sacar siempre el Francomodín cuando tiene problemas está ya tan visto, y es tan reiterativo, que produce hastío y cansancio, aunque para algunos, los más frívolos, suponga un poco de diversión y entretenimiento.
Porque, vamos a ver, si este personaje nació en 1972, entonces, cuando murió Franco, tenía… ¡tres años! Y como existe un consenso generalizado en considerar que la fecha 20 de noviembre de 1975, día en que falleció Franco, constituye el inicio del proceso histórico que nos llevó a la situación que ahora disfrutamos, es evidente que Sánchez ha vivido toda su vida en democracia gracias a aquellos honorables políticos que supieron llegar a un pacto de convivencia, un acuerdo por la concordia, mirar al futuro y olvidar el pasado. Por eso, a mi entender, más que preparar cien actos (¡¡¡100!!!!) para conmemorar la muerte de Franco, (nos podemos imaginar lo que se pretende), lo “progresista”, lo razonable, lo recomendable, sería que Sánchez festejara los 50 años de Monarquía Parlamentaria en los que ha vivido.
Sí. Esos 50 años de entendimiento donde incluso superamos al nefasto Zapatero, ese demócrata intermitente (demócrata en España y chavista en Venezuela), que fue el primero en construir muros entre españoles y que ha encontrado un buen discípulo en Sánchez. Por cierto, ambos grandes especialistas en tensionar, confrontar y polarizar a la sociedad, pero que, como ya son mayorcitos, deberían saber que el odio ha provocado muchos problemas pero nunca ha resuelto ninguno. Mirado desde la política con mayúsculas, esta forma de actuar parece más propia de inanes politiquillos de tres al cuarto, insustanciales, inútiles que no tienen propuestas positivas que ofrecer, porque un verdadero estadista lo que hace es anteponer el bienestar de sus conciudadanos y de su propio país a cualquier otra consideración.
Y quizá no venga mal incorporar aquí un pequeño ramal, una pequeña desviación a este escrito, con un lejano recuerdo de juventud. Pues a ello voy. A mí -como a tantos de mi generación-, me pilló de lleno toda la revuelta estudiantil en la universidad el año 1969 (revuelta influenciada por el mayo del 68 francés), hasta tal punto que en tercer curso tuve cerrada la facultad durante tres meses. Algunas, como Medicina, fueron clausuradas el año completo y todo el mundo perdió curso.
Fue una época convulsa de gran tensión de la que recuerdo muchas anécdotas, y aunque no me parece este el momento de contarlas, lo cierto es que uno bajaba a clase y no sabía lo que se iba a encontrar. No obstante, debo manifestar aquí que las asambleas que yo vi en la facultad, eran dirigidas en su mayoría por disciplinados militantes del P.C.E. que se colocaban en lugares estratégicos, y también por algunos democratacristianos no demasiado organizados. Pero socialistas no vi ninguno. De ahí el pitorreo que se traían los comunistas cuando el famoso lema del PSOE en 1979 de los “cien años de honradez”, a los que Tamames, entonces diputado del P.C.E. añadió: “Y cuarenta de vacaciones”.
Eso hace -y ya retomo el hilo-, que no entienda muy bien esa afición, esa tendencia tan recurrente de Sánchez al Francomodín, ya que ni vivió en la época de Franco, ni conoció la oposición que se le hizo en vida, donde por cierto, ahí sí se necesitaba valentía, coraje, audacia y agallas. No como estos modernos antifranquistas “post mortem”, que quieren proyectar la imagen de aguerridos luchadores (???) contra una dictadura bajo la cual la mayoría de ellos nunca vivieron. Entre ellos Sánchez, que se ufana de la gran “hazaña” de trasladar un cadáver enterrado hace cincuenta años, y presume -como un gallito de barrio-, de la posibilidad de pasar a la historia por lo que considera una heroicidad, pero que una gran mayoría considera la patochada de un egocéntrico. Reconocerán conmigo que resucitar a Franco a estas alturas es lo más irónico y sarcástico que los españoles tendremos que aguantar, aunque si Sánchez cree que con esos 100 actos van a tapar las entradas y salidas de los juzgados, ya les digo que pierdan toda esperanza. Todo el mundo es consciente de que se trata de una cortina de humo para tratar de ocultar todos los problemas judiciales que le acosan y desviar la atención.
Decía Rousseau: “Lo que es malo en lo moral, es también malo en lo político”. Y como Sánchez no tiene principios, no tiene proyecto, no tiene programa, no consigue aprobar unos presupuestos, no puede salir a la calle, y en Europa ya se han percatado de ello, no resulta extraño que un artículo en “The Economist”, la prestigiosa revista británica, nos haya sorprendido con un nuevo apelativo para él: Ruthless. ¿Y qué es exactamente “ruthless”? Pues al parecer es un término que se aplica a personas despiadadas que no piensan o no se preocupan por el dolor que pueden causar a otros. Pero nada comparado con el demoledor título del artículo: “Sánchez se aferra al cargo a costa de la democracia española”.
Sánchez debería tener muy en cuenta aquellas palabras de Alexis Carrel: “El sentido moral es de gran importancia. Cuando desaparece de una nación, toda la estructura social va hacia el derrumbe”.
