Estamos rodeados de ruido. Ruido ideológico y mediático, ruido vandálico y pandémico en la calle, ruido sectario en la política, ruido resentido y de linchamiento en las redes. Ruido tenso; demasiado ruido que incendia la calle.
Somos un gallinero de vuelo corto y algarabía larga en que los que más chillan no suelen ser los que más razón llevan. El ruido es el vehículo para justificar y perpetuar la manipulación. Con él, los gritones sacian su hambre de cuota pantalla y, peor, aplican la hipocresía para crear más ruido y predicar el silencio: ¡Calla para que yo grite! El ruido es un doblez justificado por la pedrada ideológica y amplificado por la ignorancia. Una cortina de humo de luces cortas, plazos cortos, ideas cortas e intereses largos buscando el protagonismo de raperos, ganapanes y opinantes que viven del ruido endogámico. Ruido caduco que, como el pan, endurece mañana.
Sí, hay que escuchar al rival porque alguna razón tendrá. Pero, al necesitar del silencio reflexivo, escuchar es distinto que oír. El silencio es un bien intangible, escaso y en desuso; una conquista. Un argumento tajante y atronador. Dice el aforismo que, si tu palabra no es mejor que el silencio entonces, calla. Siendo así, tal vez esta columna debería ser una página en blanco, vacía y llena de nada, solo de silencios. El ruido es una derrota. Silencio, por favor, con tanto ruido no se escucha nada.
