Una célebre expresión que hace referencia a la prioridad de estar a lo que hay que estar. Estamos a setas, evidentemente. No estamos muy lejos del mejor año micológico, pero sí que nos acercamos a un buen año. Me refiero a todo un año en su conjunto, el cual podemos recolectar maravillosas setas cada estación, en gran parte favorecidos por las características y precipitaciones de nuestro clima y geografía que propician una gran diversidad fúngica. Hago hincapié en ello porque muchos vecinos se acuestan convencidos de que solo disponemos de setas, en el mejor de los casos, durante dos meses en otoño. Claro, que sabemos de lo que sabemos y de lo que no sabemos no nos importa ni queremos que nos importe. Y es ahí cuando espora nuestra ignorancia y aparece nuestra deuda con el campo marcada por la frondosa barrera del espesor entre nuestro conocimiento y lo que tenemos delante. Nos equivocamos mientras paseamos por el bosque abducidos por el brillo y reflejo del boletus, eclipsados por el menosprecio hacia la gran diversidad de setas y bondades que dejamos de recolectar y, por consiguiente, de disfrutar. Esas grandes desconocidas en el campo y ricas en el paladar…
Tan abducidos estamos con ese boletus con apariencia de Rolex y con las manillas del paso del tiempo que nos olvidamos de reconocer nuestro propio ecosistema. Ese ecosistema que estaba ahí antes de llegar nosotros y que dependiendo de nuestro comportamiento seguirá de una u otra manera cuando nos vayamos.
El mundo micológico a pesar del misterio y fantasía que ha despertado en los últimos tiempos, está lleno de falsas creencias sobre cómo reconocer las setas comestibles de las que no lo son y de otros fines importantes al margen de la alimentación. Y como no nacemos sabiendo, debemos documentarnos adecuadamente para tener el conocimiento y la convicción suficiente, ya que en los colegios no se hablaba de ello más allá del bosque animado con gnomos y amanitas gigantes. Paradójicamente, fue en la educación primaria mientras estudiábamos Conocimiento del medio, cuando lo más cercano que pudimos conocer en clase, fue un bocadillo de champiñones al ajillo que un compañero llevó ese día para su recreo.
Una reflexión en base a que sin conocimiento no hay futuro, y cuando el conocimiento estándar escasea, debería ser introducido adecuadamente por las autoridades competentes al margen de la formación particular que decida cada cual emprender, que nos permita disfrutar de nuestro prados, senderos y bosques y aprendamos a desmarcarnos de mitos relacionados con nuestra salud y lo que nos alimenta.
Claro, que la única certeza es que todas las setas son comestibles, al menos una vez en la vida.
