Tiempo de placer y diversión que comienza el primer domingo después de la Epifanía y concluye el miércoles de ceniza. Así resume en pocas palabras la RAE estos días tan señalados en algunas agendas. A pesar de las diferencias de su celebración en los distintos rincones del mundo, su característica común es la de ser un período de permisividad y cierto descontrol.
Aplicado al sabor, la llegada de comparsas, chirigotas y singulares disfraces copan cartas infinitas de muchas cocinas enmascarando su esplendor en lugar de realzar y potenciar de manera elegante sus cualidades y virtudes. Esas virtudes que bien funcionarían en armonía silenciosa desquitándose a través de una despampanante elegancia del sabor a libre interpretación de cada individuo. Un desfile muy particular que parece procesionar arrítmicamente con total libertad de expresión. ¿Seríamos capaces de desenmascararnos? ¿Comemos por los ojos?
Chesterton apuntaba una interesante reflexión mencionando que, a algunas personas los disfraces no los disfrazan, si no los revelan, donde cada uno se disfraza de lo que en realidad es por dentro.
También podríamos discurrir largo y tendido sobre las Fiestas paganas que camuflan una verdadera identidad custodiando menús sin pena ni gloria encubiertos tras un disfraz.
Por otra parte, en un mundo de propuestas cada vez más efímeras, también he tenido la oportunidad de conocer a unos pocos cocineros que podría contar con los dedos de una mano y me sobrarían dedos, responsables de que una cocina conviva y celebre continuamente el mejor de los carnavales, con una capacidad única y original de estimular los paladares y cerebros más inconformistas del globo. Existen muy pocas personas capaces de sonrojar a su penúltima receta con un despliegue de erotismo gustativo convertido en una autentica Bacanal culinaria totalmente desprovista de máscaras superfluas. Una capacidad plena de coordinación y coreografía artística que algunos ingenuos podrían incluso a llegar a confundir con un mito. Algo habrá en la mitología que siempre ha sido ese altar de ilusiones perdidas en búsqueda de satisfacción.
Luego están las orgías, esos festines en los que se come y bebe lejos de la moderación cometiendo otro tipo de excesos.
Estoy convencido de esa belleza gustativa a través de la insinuación y la provocación de ingredientes rigurosamente excelsos seleccionados en su máximo esplendor. Una especie de convicción personal que me ha aportado muchas satisfacciones impagables.
Y claro, ¨todo aquel que piense que esto nunca va a cambiar, tiene que saber que no es así, que la vida es un Carnaval…¨
