De su madre, la genial Lola Flores, se cuenta entre otras muchas anécdotas la del cronista norteamericano que vio su espectáculo en Estados Unidos, y al trasladar a su público lector las impresiones sobre la actuación aseguraba: ‘No canta, no baila, pero no dejen de ir a verla’. La saga de los Flores mantiene intacta la magia sobre el escenario, y tanto sus hijas Lolita y Rosario como el malhadado Antonio Flores —sin duda el más talentoso de la estirpe— muestran en cada concierto su innata capacidad para conectar con el público a base de energía, picardía e intuición; conscientes de que esas y no otras son sus armas para trasladar el mensaje de sus canciones.
En la noche del sábado, la Plaza de la Artillería registraba un lleno total para presenciar la actuación de Rosario, primera del ciclo de conciertos de las ferias, donde una vez más la majestuosidad del Acueducto hace jugar con ventaja a los artistas que han tenido el privilegio de cantar y tocar bajo sus arcos. La noche no invitaba precisamente al arranque rumbero, y abrigos y alguna que otra mantita se dejaron ver entre el público que esperaba una actuación que, sorprendentemente, comenzaba casi a la hora prevista por la organización.
Así, tras el espectáculo pirotécnico que inauguró las fiestas, llegó el turno de la pirotecnia flamenca de Rosario Flores. No canta como Pasión Vega o India Martínez; ni baila como Sara Baras, pero el ‘quejío’ flamenco de su voz y su energética y sensual manera de entender el baile sobre el escenario consiguen atrapar al público. Si a ello unimos la empatía que suscita con el respetable a base de explotar el clima de ‘colegueo’ al que todo artista aspira, el resultado no puede ser otro que el de un concierto abierto y global donde hubo para todos y para todo. Rosario Flores no dejó sin cantar ninguno de los éxitos que allá a finales de los 90 le acercaron a artistas como Lenny Kravitz, y también ofreció algunas canciones de sus trabajos más recientes. Destacaron los ‘cover’ de canciones inmortales de Nino Bravo o Camilo Sesto a las que consigue imprimir un sello propio cercano al soul, territorio en el que demuestra estar muy agusto.
Al igual que su madre, Rosario no será recordada como una gran voz ni como una buena bailaora, pero a buen seguro su capacidad de conexión le convierte en una artista inolvidable.
