En el momento de escribir este artículo he sido testigo de un testimonio sobrecogedor.
Una mujer de 70 años, separada, a la cual no le corresponde por convenio regulador pensión alguna, madre de 6 hijos, con una vida dedicada a su familia y a sus hijos, que no ha cotizado el tiempo suficiente para poder obtener una pensión contributiva, porque su trabajo, “el de ama de casa” y el cuidado de sus hijos, no ha supuesto para el Estado bienestar económico alguno que le permita el derecho a recibir dicha pensión. Ella, que ha contribuido no sólo con su esfuerzo sino también económicamente al bienestar y futuro de sus hijos, percibe hoy del Estado 396 euros mensuales.
Pero vemos con preocupación que un inmigrante que no ha cotizado un solo euro en nuestro país, que es víctima de trata de seres humanos, no ha residido en España por un tiempo superior a un año, y consigue estar empadronado, recibe hoy la cantidad de 452 euros mensuales a través del ingreso mínimo vital. Y esto independientemente de otras ayudas estatales y de las Comunidades Autónomas, mientras esta señora únicamente tiene derecho a percibir esa pensión no contributiva por el hecho de ser española y llevar 70 años viviendo y trabajando, sí trabajando, para criar a sus 6 hijos, que hoy con sus trabajos pagan más impuestos y contribuyen más al Estado de lo que pueda contribuir cualquiera de los inmigrantes ilegales que hoy asolan nuestras costas, y que después si consiguen un trabajo, muchos en vez de gastar y consumir ese dinero en España, lo envían a sus países de origen, siendo España, según el último informe de Eurostat, el segundo país de Europa que más dinero transfiere al extranjero.
Esta situación desprotege y provoca una diferencia sustancial entre los de casa y los de fuera. Y esto no son ideologías políticas, ni pensamientos liberales o progresistas, sino sentido común y justicia.
Pero está claro que no se quiere proteger a nuestros mayores, a los que parece se les quiere abandonar lentamente en el olvido, primero deshaciéndonos de ellos y llevándolos a residencias porque molestan. ¿Qué debían pensar ellos cuando nosotros éramos pequeños y nos quejábamos continuamente, que también molestamos? Sin embargo, nunca nos abandonaron. Segundo, no premiándoles económicamente con el esfuerzo realizado para llevarnos hasta aquí y tirando el dinero en gastos superfluos del Estado y en redes clientelares. Y tercero y último: dejándoles morir en las residencias durante la pandemia por aquellos que sólo buscan el aplauso fácil (eso que decían les daba asco) y se embriagan de autocomplacencia.
Yo no les olvido, yo les respeto, porque aún no siendo católico, yo creo que el cuarto mandamiento debería ser norma fundamental de nuestra convivencia y porvenir:
“Honrarás a tu padre y a tu madre”.
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(*) Diputado nacional de Vox por la provincia de Segovia.
