En el epílogo de las fiestas navideñas se anuncia la gran noche de la ilusión con la llegada de los Magos de Oriente. Mucho han cambiado las navidades , ahora no son como las de antes , porque nosotros tampoco lo somos. Han ido pasando los días desde nochebuena, y si siempre ésta ha sido una época de vivir y comer distinto que el resto del año, es ahora cuando más se percibe; la Navidad ha derivado al ocio y al consumo y esperamos a la cuesta de enero para volver a controlar la alimentación y hacer dieta. El cambio de costumbres ha hecho cambiar el pueblo por el viaje de placer a playas , nieve o capitales europeas.
Volviendo a la fiesta de Reyes, creo que es ahí donde más ha cambiado. En mi niñez, allá por la década de los 50 mis primeros recuerdos , en Migueláñez , me tornan a casa de mis abuelos, y yo, con mis tres o cuatro años tengo en mi mente a mi abuelo llevándome de la mano para escribir a Sus Majestades pidiendo aquello que sin duda estaban dispuestos a echarme la noche del 5 de enero. La carta normalmente empezaba así : Queridos Reyes Magos: Me he portado muy bien y quiero que me traigáis… y aquí venía también lo de siempre… cuentos, lápices, un plumier de dos pisos, una cartera con cremallera… en fin útiles de escuela a los que a veces se unía un modesto, pero ilusionante juguete.
Recuerdo de niño como íbamos al vecino pueblo de Bernardos y allí, en la ferretería de Felisa la Valora, contemplábamos tras los cristales de la ventana a modo de escaparate camiones de madera, muñecas de trapo, juegos de parchís , caballos de cartón, pelotas…¡ ¡Con qué ilusión contemplábamos esa ventana! Pediríamos una cosa, solamente una, que a veces no llegaba porque nos decían que los Magos debido a la nevada habían tenido que aligerar las alforjas de los camellos al llegar a Santa María, para subir la cuesta de San Isidro.
Personalmente , aunque por entonces no había llegado a nuestras tierras Papá Noel, yo, al llegar Nochebuena tenía lo que más me gustaba, un anticipo de regalos que mis tíos y padrinos de la capital me traían ese día que venían a cenar con la familia, argumentando que por allí los Reyes pasaban antes, pues era largo el recorrido. Normalmente era un cajón de “ tebeos” , “pulgarcitos” “Roberto Alcázar y Pedrín”, que mis primos ya habían leído, a lo que siempre añadían una figurita de arcilla para el belén que siempre ilusionado montaba en casa.
Hoy el consumismo hace que montañas de cajas envueltas en papel brillante y lazos de colores aparezcan junto al árbol en Navidad, y ya no sólo para niños, sino también para los mayores porque hay que cumplir con expectativas sociales, cuando por los años 60 o 70 únicamente había regalos para los pequeños en la noche de Reyes.
Una copita de “mostillo” acompañaba a los zapatos relucientes junto a la ventana en la noche de la ilusión y la alegría, al amanecer, de contemplar lo que nos habían dejado, normalmente todo lo de escuela, un trozo de turrón duro, tan apreciado entonces, y frecuentemente una caja de zapatos de la marca Gorila que nos gustaba porque dentro traía una pelota de goma maciza y un cuentecito de Calleja, y a veces, junto a los zapatos se hallaba un juguete, entre los que recuerdo unos Juegos Reunidos Geyper que amenizarían tantas frías tardes de inviernos en el brasero de la mesa camilla.
Qué distinto de hoy en día en que cada niño tiene montones de paquetes, tantos, que lo que más les agrada es desenvolver, pero que la ilusión se desvanece rápido debido a esa sobreabundancia de regalos; poco caso hacemos a psicólogos que aconsejan la dosificación. ¡Estamos metidos en la sociedad de consumo! Hoy mucha abundancia y poca valoración, justo a la inversa de aquellos años en que viví mi infancia, y mucho más aún de lo que me contaban mis abuelos, que en su época los Reyes les echaban unas monedas, que ese mismo día les “pedían prestadas” sus padres para ir a comprar a la tienda.
Esta es la evolución familiar de esta fiesta en Migueláñez, que tomó forma de cabalgata allá por los años sesenta, en la que recuerdo que en la primera salida encarné a uno de los Magos, llevando como capa una colorida colcha de seda y por corona una de cartón forrada con papel de plata, y que con el paso del tiempo se sigue celebrando dicha llegada festiva de los Reyes a ocupar los tronos en la entrada del Ayuntamiento en la plaza, con más boato, con más luz, más color, con la tercera y última luminaria navideña, roscón y chocolate, junto al abeto enorme decorado, que en su día vi plantar, y la esbelta torre románico-mudéjar ,bien iluminada para el evento, contemplando el devenir de los tiempos, con la nostalgia de la abundante chiquillería de antaño, en contraste con tan pocos niños que hoy quedan en el lugar, pero con la ilusión de los que trabajan por mantener vivo este broche de las fiestas navideñas que hace que unidos a los ojos tan abiertos de los pequeños saquemos el niño que llevamos dentro.
Que este año que comenzamos traiga alegría y refuerce la unión e ilusión que siempre ha caracterizado a nuestro pueblo.
