La maraña de información sobre la corrupción que protagoniza el gobierno de izquierdas (por acción u omisión), y la degradación moral a la que hemos llegado, donde la alteración de los valores es pasmosa, hacen que algunos hechos gravísimos en otras circunstancias y lugares pasen prácticamente desapercibidos, o bien se consideren como algo normal.
Me refiero a la violencia física y verbal que se está dirigiendo contra la derecha, y que anticipa lo que ocurrirá, multiplicado, si estas llegaran al poder. Después de casi cincuenta años de democracia, está resultando casi imposible a algunos políticos, e incluso periodistas, dar conferencias en universidades, presentar libros o dar mítines, ante los acosos de esa ultraizquierda que, en palabras de Irene Montero, “está ocupándose de la principal tarea ciudadana de nuestro tiempo, que es hacer que las universidades y las calles sean espacios seguros, libres de fascismo… la democracia se construye desde el antifascismo” (31 de octubre de 2025). Como se ve, una lección de democracia, aunque a algunos no nos llama la atención, esto es el comunismo.
Ante el cerco judicial al gobierno por su corrupción generalizada y unas encuestas que les vaticinan un batacazo, empiezan a salir los recursos de unos políticos totalitarios herederos de aquellos que dieron un golpe de estado porque la derecha ganó en las elecciones de noviembre de 1933. Por no recordar las palabras del célebre demócrata Largo Caballero el 10 de febrero de 1936: “si los socialistas son derrotados en las urnas, irán a la violencia, pues antes que el fascismo preferimos la anarquía y el caos”.
Siguiendo esta tradición, Pablo Iglesias, exvicepresidente y cofundador de Podemos, ha ofrecido al PSOE su apoyo para “reventar a la derecha española y a sus activos políticos”, tirando de “agallas” y buscando “reventar adversarios políticos que ya no son solo los de Podemos” (18 de octubre de 2025). Que este tipo hable de agallas es, cuanto menos, paradójico, porque no es precisamente conocido ni por su valentía ni por su constancia en el trabajo. No sé por qué, o tal vez sí, cuando pienso en este sujeto me viene a la cabeza la canción de Paquita la del Barrio, “Rata de dos patas”, espero que me disculpen los roedores.

Por si acaso no había quedado el asunto claro, y no ya en una “universidad” podemita, sino esta vez en el Parlamento, la portavoz de Podemos, Ione Belarra, reencarnación de la Pasionaria a lo pijo, afirmó, dirigiéndose a Sánchez, que “o reventamos a la derecha y le quitamos todos sus privilegios o la derecha reventará el país” (12 de noviembre de 2025). ¿Se imaginan qué ocurriría si algún dirigente de la derecha hablara de la izquierda en esos términos? Supongo que sí, porque tenemos una larga experiencia con las plañideras profesionales, esas supuestas víctimas que miran a otro lado cuando no les interesa, pero que se rasgan las vestiduras si les puede beneficiar políticamente. Pues aquí no solo no ocurre nada, sino que parece que la derecha tiene que asumir un papel de comparsa en una democracia donde su pensamiento es excluido y merece ser sujeto de ser reventado. Etiquetan como fascistas a quienes no piensan o actúan como ellos desean, sean partidos políticos, jueces, periodistas, o cualquier asociación (“ultraderechista”, claro), lo que les legitima para actuar contra todos ellos. De aquí a las checas no hay mucha distancia.
Se podría pensar que solo son palabras, pero esos acosos, que ellos llaman escraches para minimizar su verdadera naturaleza, vienen ocurriendo de forma recurrente desde hace años, siempre por los mismos contra los mismos. Por no hablar de los continuos ataques a militantes o simpatizantes de Vox, en bastantes de cuyos mítines o sesiones informativas ha habido acosos y ataques de la ultraizquierda.
Si grave fue el ataque de Vallecas el 7 de abril de 2021, con lanzamiento de piedras por los “antifascistas” madrileños en un clima de violencia político propio de los bilduetarras, más lo había sido la agresión ocurrida en Zaragoza el 17 de enero de 2019, donde unas ochenta personas insultaron y agredieron a policías, lanzaron piedras y adoquines, quemaron contendores y produjeron daños en vehículos. El Tribunal Superior de Justicia de Aragón condenó a cuatro de dichos radicales, por delito agravado de desórdenes públicos en concurso ideal con un delito agravado de atentado, a siete años de prisión, que el Tribunal Supremo rebajó a cuatro años y nueve meses, ingresando en prisión el 16 de abril de 2024. Pues bien, hace dos meses (BOE de 23 de septiembre) el gobierno, al concurrir “razones de justicia y equidad” [sic], aprobó el indulto a dos de ellos, que habían sido condenados durante unos altercados “contra un acto de la ultraderecha”, según la portavoz Pilar Alegría, en una velada justificación de los hechos.
Comparado con el indulto a los golpistas catalanes, a la posterior amnistía, al acercamiento y excarcelación de terroristas etarras, y a otras tropelías perpetradas por el gobierno, este indulto a los terroristas callejeros de Zaragoza (perdón, “antifascistas”) podría ser irrelevante, pero en realidad está marcando un claro camino a los que quieren reventar a la derecha: los ataques a la derecha (“ultraderecha”) están justificados y si son condenados serán indultados; en términos coloquiales, “barra libre” para la violencia política. De hecho, es un acto irresponsable que, de forma consciente, avala los ataques a una formación política rival y de la oposición. Se puede enlazar con otro hecho grave que va más allá de una simple nota de prensa para ganar a un supuesto relato, la filtración, por parte del Fiscal General, de datos confidenciales de un particular para perjudicar a una rival política. Sea o no delito, haya condena, o no, la finalidad está clara y es un hecho de extrema gravedad en una democracia occidental.
Por desgracia, ya sabemos la deriva de estas actuaciones en las que unos amedrentan a la oposición en las calles, mientras que otros, desde el poder, los alientan, justifican y, si es necesario, los indultan, menospreciando así el trabajo de las fuerzas del orden y de los jueces. Primero se dirige contra unos, la “ultraderecha”, pero luego se extenderá contra el resto, por muy en el centro que estén, pues la única finalidad es permanecer en el poder e impedir que las derechas lleguen al gobierno.
La violencia nunca puede ser justificada o silenciada, y menos ser ejercida desde el poder contra los rivales políticos, no hemos recorrido casi cincuenta años de democracia para volver a hábitos pasados que tuvieron el peor fin posible.
