“Ladrón, que nos estás robando; “hijo de …”; “negro de mierda, uh, uh, uh”; “corre, vago”; “entra fuerte, que no pase el balón”, “no vales ni para mear”; “juega con huevos”; “esto es fútbol, no ballet”; “eres un paquete”; “árbitro, ves menos que un topo”; “la pegas como un mariquita”; “sois una banda”; etc.
Perdonen los lectores por comenzar mi columna con estas expresiones, que leídas en este contexto resuenan en los oídos como un martillazo en un dedo. Sin embargo, es muy habitual escucharlas en los campos de fútbol sin que haya voces críticas que recriminen a quienes las emiten. Sin embargo, cuando estas palabras se repiten a lo largo de un partido, a veces la otra parte afectada también responde de la misma manera, generando un clima de crispación en el que se puede llegar a las manos.
Es cierto que la intensidad en el juego y la ambición por lograr la victoria lleva tanto a los espectadores, como a los entrenadores y a los mismos jugadores a no controlar sus emociones por no gestionar adecuadamente la frustración. La falta de control verbal y corporal pone en riesgo la integridad física y emocional de los involucrados, por lo que es necesario que se tomen medidas concretas para erradicar estas conductas desde todos los ámbitos. Los jugadores deben recibir una formación en valores y control emocional, los dirigentes de los clubes establecer códigos de conducta estrictos y sancionar a cualquier integrante que actúe con violencia o falta de respeto, la federación aplicar sanciones contundentes y promover campañas de concienciación y educación, los familiares inculcar valores de respeto y tolerancia anteponiéndolos a los logros deportivos de sus hijos e hijas; y el público en general, entender que su comportamiento ofensivo puede provocar violencia física y/o verbal.
Erradicar la violencia y la falta de educación en el fútbol requiere un esfuerzo conjunto de todos los involucrados. Solo así podremos disfrutar de un deporte más justo y seguro para todos.
