Durante unos días al año, la auxiliar de clínica Cristina Mínguez y el abogado Jesús de Mercado cambian su laboratorio y su despacho por el laboratorio de campaña y el departamento de logística y abastecimientos, donde se transforman en la sargento primero Mínguez y el alférez De Mercado
Esta transformación es posible gracias al compromiso que ambos adquirieron como reservistas voluntarios, una figura de reciente creación en las Fuerzas Armadas que permite a los civiles aportar sus conocimientos y su experiencia en la vida civil en las distintas unidades militares a las que van destinados conforme a sus capacidades.
A sus 31 años, Cristina Mínguez reconoce que decidió participar en esta experiencia espoleada por su vocación militar latente, que en su día no pudo satisfacer. Casada con un militar y con dos hijos de corta edad, ahora espera con ilusión la llamada de activación a su destino, una unidad farmacéutica en la que se ocupa de un laboratorio en el que se hacen pruebas y análisis que van desde la detección de sustancias estupefacientes hasta la salubridad del agua en aljibes y transporte durante las maniobras militares de su unidad.
«Lo más difícil es poder compaginar la activación con el trabajo», asegura Mínguez, que aprovecha los periodos vacacionales para cumplir con su compromiso como reservista, que le ocupa un mínimo de quince días al año, aunque señaló que ha llegado a estar hasta dos meses trabajando en la unidad, «cuando no trabajaba».
Aunque la normativa que regula este sistema contempla la obligatoriedad a las empresas de autorizar a los trabajadores reservistas acudir a su destino cuando son activados sin menoscabo de sus condiciones laborales, Minguez asegura que muchas empresas «aún no entienden muy bien cómo funciona esto». «Cuando les dices que te tienes que ir al Ejército durante un tiempo, suelen poner pegas, sobre todo las empresas pequeñas -explicó-, ya que no es fácil prescindir de una persona en una plantilla corta, y aunque en España está todo reglado, no es como en otros países, donde toda la sociedad entiende que servir a tu país es un honor».
Mïnguez señala que ser reservista «no es un pasatiempo ni un hobby, sino una vocación», y asegura que el hecho de conocer «in situ» el trabajo de las Fuerzas Armadas le ha ayudado a valorar mucho más los cometidos que desempeñan. «En mi unidad he aprendido que todo el mundo es necesario para que todo funcione a la perfección -explicó-, desde los soldados que montan las tiendas de campaña, los electricistas y los conductores hasta la última cadena de mando, porque todos colaboramos en un engranaje en el que nada puede fallar».
Jesús de Mercado hizo la «mili» en 1971, y aunque su primer deseo era orientar su vida profesional al Ejército siguiendo el ejemplo de su padre, distintos avatares personales le apartaron de esta vocación para llevarle hasta la abogacía y el mundo de la empresa. Por ello, cuando las Fuerzas Armadas abrieron la posibilidad de ser reservista «eché en seguida las solicitudes y conseguí ser activado con el rango de alférez».
Con 61 años, De Mercado apura sus últimos meses como reservista voluntario, ya que el próximo año la edad le apartará del servicio activo para pasar a ser «reservista honorario», que le dará derecho a seguir vistiendo uniforme y a participar en los actos sociales de su unidad. En este caso, el Parque y Centro de Mantenimiento de Sistemas Acorazados número 2 de Segovia es el destino asignado al veterano alférez, que trabaja en el departamento de logística y abastecimientos de la bicentenaria «Base Mixta» segoviana.
Aunque su destino se aleja de su formación como letrado, Jesús de Mercado asegura que desempeña su tarea «con mucha ilusión y ganas de hacerlo bien», ya que para él «ser reservista es lo máximo que se puede ser». «Cuando uno se hace reservista es porque tiene una visión de servicio a España, que es lo fundamental, y aunque trato de servirla en todos los ámbitos de mi vida, aquí es donde me siento más cerca de ese servicio».
Minguez y De Mercado coinciden en valorar y agradecer el trato que les dispensan sus compañeros y superiores profesionales en las unidades en las que sirven, de manera que el trabajo se hace fácil. «Cada vez se conoce más la figura del reservista y nosotros vamos con muchas ganas de trabajar y aprender -explica la reservista-, y por eso nos tienen muy bien valorados y nos tratan como uno más, y no como «el reservista» de turno».
El veterano alférez reservista reconoce que el choque entre la vida civil y la rígida disciplina militar puede retraer el ánimo de los interesados en colaborar en esta iniciativa, pero precisa que «lo que hay que hacer es cambiar el chip y saber cómo tienes que comportarte». Sobre esta idea abunda Cristina Mínguez, que asegura que «en cualquier otro trabajo también estás sometido a las órdenes de un jefe al que tienes que obedecer, y también es cierto que ahora las cosas no son como hace cincuenta años, y los mandos respetan nuestras opiniones y las tienen en cuenta».
Para los dos, el mensaje a la sociedad es el mismo y ambos invitan a conocer una experiencia «que te tiene que gustar, y que permite conocer las Fuerzas Armadas por dentro, tengas o no vocación militar».
