Ahora sí que está próxima, como en los toros, la hora de la verdad, de la verdad que debe surgir de las urnas que estarán abiertas el próximo día 23. Da la sensación de que los máximos gobernantes de hoy recelan de su posible victoria, por lo que el sumo jefe debió pensar que su final venganza sería fijar una fecha calurosa, veraniega, para complicar la vida a todos los españoles con deseo y con posibilidad de ir a votar (y si pongo “botar”, podría considerarse respuesta al deseo de muchos de que se produzca).
Frente a este lío mayúsculo de los que quieren votar y están de vacaciones, de los que quieren hacerlo por correo y etc., etc., lo que sí es cierto es que se invita a la tradicional “jornada de reflexión”, frente a la que no cabe nada más que dar una vuelta a nuestra mente y decidir hacia quién va a ir nuestro voto. Por eso, en esta jornada de reflexión, me permito invitar, como una sugerencia, a leer el comentario publicado el pasado domingo por Mons. César Franco en este periódico y bajo el título al que aludo en el encabezamiento de mi comentario.
Sí hay que hacer un ruego, y es que no es obligado pensar que la cuestión es religiosa, porque el contenido precisamente está dirigido a creyentes y no creyentes, es decir, a toda persona de buena voluntad y con deseo de aportar su colaboración al futuro de España.
El contenido es una auténtica lección sobre ética –de la que mucho hablamos y no siempre respetamos- y de política, sobre la que continuamente hablamos también pero en la mayoría de los casos no pensando en el profundo contenido y significado real que tiene la palabra.
Dice monseñor que la Iglesia, desde sus inicios pide no solo orar por sus gobernantes, sino elegir a los más idóneos, a los que por su competencia profesional y trayectoria en el gobierno merecen la confianza del pueblo.
Claro está que esa confianza suele darse a la persona más afín al partido político al que uno pertenece (si se pertenece o simplemente se siente más afecto según las ideas de cada cual), pero en momentos como éste debería pensarse con sinceridad, aunque hay que reconocer que la naturaleza humana va por libre y no digamos el pensamiento.
Entre las más evidentes razones a la hora de votar, Mons. Franco cita (y copio textualmente) “amor a la verdad, austeridad de vida, opción por los más necesitados y excluidos de la sociedad, capacidad de diálogo con todos, búsqueda de la concordia y de la unidad de los ciudadanos, actitud de humildad, de los diversos credos y minorías sociales, y el instintivo rechazo del peligro de gobernar en función de intereses propios o de partido que pueden convertir la política en un modus vivendi alejado de los problemas de la sociedad. La integridad del político es exigencia primaria e indispensable para asumir la responsabilidad del gobierno”.
Tiene que perdonar monseñor el uso de sus trascendentales palabras en este comentario, pero es que me han resultado tan veraces, tan realistas, tan de nuestro momento y que invitan a ser sinceros en nuestra jornada de reflexión, que es justo recomendar su lectura en un momento de tanta importancia política, social, económica y humana como el que vivimos en este país.
