Ahí están, impertérritas, viendo pasar el tiempo. Igualito, igualito, que la anabeleniana Puerta de Alcalá. Altivas y mitológicas, épicas y dramáticas, las estatuas de los Jardines de La Granja burlan a la muerte ocultas en la fría inmortalidad del mármol, y se salvan de la vida, o mejor dicho, de los vivos, gracias también al mármol, concretamente al de su pedestal, que impide —hasta cierto punto y con la inestimable colaboración de los guardas de Patrimonio Nacional y de su pito, con perdón de la expresión— que los visitantes nos excedamos en nuestras manifestaciones de admiración y curiosidad, o de simple estupidez y maldad, y le arranquemos a las nobles efigies una hojita de laurel, o les rompamos un dedo, o erosionemos su piel alabastrina con nuestro impertinente sobeteo. Dioses paganos, héroes, musas, princesas, faunos… Estos inanimados seres son todo aquello que a nosotros nos gustaría ser y no somos. Vacunados contra el tiempo por mor de su pétrea condición, miran pasar la vida con sus pupilas glaucas, anclados a la tierra por el imán de piedra de su basamento. Como son estatuas, y lo saben, pasan los días haciendo cosas de estatua: en una esquina, un hercúleo cazador forcejea con un cocodrilo, las pavorosas fauces abiertas inmovilizadas por un palo; un poco más allá, una melancólica ninfa, la mirada perdida en el horizonte, ofrenda una corona de mirto a los invisibles dioses y a lo lejos unos rubicundos querubines, desnudos como Dumandré los trajo al mundo, domeñan (¡quién lo diría, con esos michelines!) a un feroz jabalí, con la sola ayuda de una pequeña soga. Uno, como “aquel poetastro que alabó la de alabastro” de la canción de Krahe, ama estas esculturas, barroca extravagancia de un rey que nació animoso y murió melancólico. Con sus ojos ciegos de luz blanca, estas figuras han visto pasar varias generaciones de vivos y ex vivos: desde la pálida dama de lunar postizo, miriñaque y minué, coqueto mohín tras el abanico, hasta el actual chabacaneo de la horda turística nipona, el oriental ojo siempre sospechador, como decía no recuerdo si Woody Allen o Gómez de la Serna. Y lo que les quedará por ver. Espero.
