He descubierto el verbo intransitivo ‘ramalear’ gracias a Fulgencio Galindo, una de esas personas que merecen la pena y que conozco desde hace menos tiempo del que me gustaría. La vida te acerca a más gente buena que a bultos sospechosos con forma humana. Es un hecho.
La Real Academia recoge ramalear como: ‘seguir bien a quién lleva el ramal’ y se aplica a animales que siguen a quien los guía con un ramal, entendido este término también por la RAE como: ‘ronzal asido a la cabezada de una bestia’. Pero la sabiduría popular adapta el lenguaje a su libre albedrío. Así ramalear se ha utilizado, sobre todo en nuestros pueblos, tanto para hacer referencia a bestias – en lo literal – como a humanos en sentido figurado.
Y es en este último terreno donde acomodo el vocablo a lo que pretendo compartir con ustedes. Ramalear – dicho con el máximo respeto – puede aplicarse a deportistas y a entrenadores. No es cuestión de buscar preparadores con perfil dictatorial ni discípulos dóciles, pero sí que la enseñanza profesional de los primeros encuentre el caldo de cultivo en los segundos y se escenifique en un respeto mutuo.
Ahora los jóvenes tienen prisa, quieren meter la canasta más espectacular, el gol más difícil y hacer la carrera más rápida demasiado pronto. Y deben entender que el entrenamiento es imprescindible y que la paciencia no se compra. La disciplina es necesaria en el deporte, y conseguir que un grupo o un deportista individual crea en su preparador es necesario para que haya disfrute como prioridad, y ya vendrá sola la competición sana con uno mismo y con el contrario.
