El fallecimiento de Rafael Calvo Ortega deja un hueco profundo. Alguien dirá que es ley de vida, pero es que las mentes brillantes no deberían morir nunca. Y tal vez, así ocurra con él gracias al ingente legado político e intelectual que nos deja.
No, no haré un artículo curricular de la impecable trayectoria de Rafa; no es necesario. Creo que mi mejor homenaje no es hablar con altisonancia del catedrático, del ministro, del intelectual… esa faceta es muy conocida. Ya lo harán otros. Mi mejor homenaje será hablar de algunas anécdotas que me contaba y, en particular, de Rafa Calvo, el chaval que en los años 40 cursó sus estudios desde detrás de la barra del Hotel Lucía de San Rafael atendiendo a los clientes en el restaurante mientras que soñaba con la universidad; estudiando el calendario de la liga de fútbol para que, conocedor del paso de los autobuses de los equipos por San Rafael, invitarles previamente por carta a detenerse para almorzar en el hotel. Le recuerdo sonriendo, contándome cómo, siendo un niño preguntaba en el colegio de San Rafael a su maestro qué era aquello de las libertades y la democracia y cómo, el maestro, girándose a un retrato de Franco que había sobre la pizarra y con los brazos abiertos, clamaba: “Franco, Franco tus hijos no te merecen”. Y desde ahí, con tesón, rigor y esfuerzo, crecer hasta el indudable reconocimiento del mundo académico. Aunque tengo para mí que su mayor triunfo es el cariño de su gente y de su tierra.

En nuestras conversaciones, tomando algo en una terraza del paseo del Pintor Rosales de Madrid, cerca de su casa, reíamos recordando lo que él denominaba el cabreo sindical pactado. En su época ministerial los sindicatos exigían recuperar —por aquello del sindicato vertical— el edificio del Ministerio de Sanidad, sin embargo, los costes de mantenimiento superaban cualquier presupuesto sindical. Rafa les dijo que el mantenimiento del edificio era de dos millones y medio de pesetas… ¡diarios! Los sindicatos, confusos con la cifra, prefirieron no seguir con su petición, pero como ministro hubo de permitirles poner unas pancartas en protesta por —eso decían— lo que consideraban un expolio de su patrimonio. Y así se hizo.
Durante algún tiempo, nos carteábamos, aunque yo le decía que éramos unos antiguos por remitirnos cartas con membrete… Algunos sábados por la mañana nos llamábamos por teléfono para charlar sobre el proyecto del centenario de la ermita del Carmen en el que su familia participó generosamente; sobre el último libro de políticas sociales de la transición que escribió al a limón con su hijo Juan y que me remitió dedicado; sobre mi libro Conversaciones con mi tierra que él mismo prologó; sobre mi salud cuando la vida me dio un susto o simplemente para charlar un rato. Sólo eso. Me confesaba que le preocupaba el enfrentamiento social en España. Y por lo visto, acertaba. Una de las últimas veces que le vi junto con Mercedes, su esposa —después vino el COVID y su enfermedad— fue en su concesión del Premio Especial de la Diputación de Segovia en 2018. Me cupo el honor por ofrecimiento del Ayuntamiento de El Espinar, de redactar la memoria que defendió su candidatura y escuchar su discurso, reflexivo y agradecido. ¡Qué nivel! Así era Rafa. En 2016, un parque fue rebautizado con su nombre en su tierra natal; San Rafael. Meses antes, le preguntaba: “¿Nunca han propuesto tu nombre para una calle de San Rafael?” Y él reía: “Luis, hay cosas que no se piden” Y yo asentí pensando que la Asociación Centenario empujaría para ello. Así fue.
En algún encuentro con Rodolfo Martín Villa, cuando salía a colación el nombre de Rafael Calvo, yo le decía: “Rodolfo, cuando estoy con Rafa o contigo no pierdo ni por un momento la percepción de estar hablando con un pedacito de la historia de España” Y me contestaba con una sonrisa: “Eso es porque somos muy mayores”.
Con él se va una parte de la más brillante historia constitucional de España bregando, incluso como senador constituyente, con una transición española tan dura como lo fue su tiempo político; tiempo de ilusión, valor, incertidumbre y plomo. Así es y así lo siento.
Adiós, Rafa, amigo. Adiós.
