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¡Quiero un mentor!

por Julio Montero
16 de diciembre de 2020
en Tribuna
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Sin pagar, ni pedir perdón

Casi se le veía emocionado. Una antigua estudiante se había situado como autora de relatos infantiles. Le había entregado un ejemplar con esta dedicatoria: “Por los viejos tiempos y por los grandes mentores”. Miró en el diccionario al llegar a casa. Vio que el segundo sentido de la palabra era ‘el que sirve de ayo’. Pensó que le venía bien por la edad, pero que no era tan mayor cuando era su profesor. La primera acepción de mentor era más adecuada: “Consejero o guía de otro”. Esa le pareció más acertada y le hizo sentirse orgulloso. Y de repente: ¡un calor se le subió hasta las mejillas desde el corazón! Estaba vivo y consciente, la degeneración cognoscitiva todavía le permitía recordar, pensar, sentir y vivir como en aquellos tiempos.

Pensó después, ya con su serenidad habitual, que lo mejor de su tarea como profesor universitario había sido aquella de mentor que ni siquiera se había propuesto. Había ido surgiendo entre conversaciones, tiempos de trabajo en proyectos que requerían mano juvenil inteligente, bien dispuesta a trabajar cribando paladas de información por si se deslizaba por allí alguna pepita de oro significativa, comentarios sobre libros y películas recomendadas, cafés en el bar de la facultad, coincidencias en metro y autobuses, viajes breves por la ciudad camino de algún museo, exposición, presentación de libros de amigos, estreno de película o sesión de teatro… o vaya usted a saber cómo.

Un tiempo que no figuraba en los trienios, ni en los quinquenios con los que la administración administra la dedicación de los docentes universitarios, como se dice ahora ‘por defecto’: y es verdad, es una dedicación casi siempre por defecto, por escasez, e incluso por defectos.

Ahora puede verse a la tropa de jóvenes profesores universitarios afanarse en poner equis en las casillas de ‘méritos’ que les señala la ANECA… y producen una pena infinita. Por fin, son casi todos bilingües; la pena es que casi no tienen nada que decir en ninguna lengua. Y sobre todo parecen muchos de ellos poco interesados en prestar atención de verdad a sus estudiantes. Quieren (eso sí) que les pongan buenas valoraciones en las encuestas y se esfuerzan en entretenerles a cualquier precio.

Y después vienen las evaluaciones: nada de disgustos

Parecen actores principiantes entregados al aplauso de su público más que al cumplimiento de su deber: transmitir el conocimiento. Quien primero lo paga es la materia que se imparte: poca y que sea facilita. Y después vienen las evaluaciones: nada de disgustos. Las actas se llenan de aprobados por misericordia, por “ya los suspenderá la vida” y sobresalientes ‘cum fraude’. Lo peor: ni la más mínima atención.

Los que hacen la pelota a sus matriculados, no hacen ni caso a sus estudiantes y para colmo de males en investigación siguen los temas de la moda académica y aportan astillas a una hoguera que no es suya, que no han iniciado ellos y que ni siquiera aspiran a encender. Un acopio de datos más, un análisis por la tercera derivada, un ajuste de un tema extranjero a lo que imaginan que pasaría en España, en su comunidad autónoma o en su pueblo. Un asunto marginal que se puede cuantificar muy bien… y la tranquilidad del número y de las aplicaciones informáticas que dan cifras exactas que no se sabe qué significan. Y si no, se acude a temas socorridos: la sumisión eterna de las mujeres y la maldad paralela de los varones, del patriarcado; o a la búsqueda de falos ocultos en diversos iconos hasta ahora no desvelados: desde las cuevas de la prehistoria al expresionismos abstracto y más allá; y si no, siempre habrá un sustantivo que sea hiriente y ofensivo para cualquier colectivo minoritario.

Es verdad que las universidades están llenas de tutores. En teoría cada profesor es un tutor en las universidades estatales: todos pueden atender a todos en general. En realidad casi nadie atiende a alguien. Tampoco los estudiantes hacen colas ante los despachos, salvo en época de exámenes y es para que el profesor les explique algo que no entendieron, o que no atendieron, o que no asistieron. Buscan una clase particular sobre una materia y lo que necesitan probablemente es una clase particular sobre la vida; pero esa asignatura ni se imparte, ni está en los planes de estudio, ni la aprobarían los expertos de la ANECA. No es extraño que bares, supermercados y grandes superficies estén llenos de jóvenes graduados. Y lo malo es que ni siquiera llevan bajo el brazo un guión, una novela, o un proyecto a la espera de triunfar.

Al final la vida consigue arrancar, como Abraham a Yavé

Nuestras universidades necesitan mentores y gente que quiera algo con pasión; al menos con ilusión. Es difícil que no haya una porción suficiente de unos y otros que den sentido a esa institución masificada. Al final la vida consigue arrancar, como Abraham a Yavé, la salvación de Sodoma y Gomorra gracias a una decena de justos. Y en esto, al menos, hay más de diez.

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