Ahora que, hasta entre los creyentes, se abre paso la idea de que el infierno no existe, resulta que un tal Putin, caudillo de la taiga y de la tundra, está demostrando que no es así y que es posible fabricar uno pequeño en pocos días y abrir una senda que, quizá, conduzca hacia el infierno total, ese en el que se entra, al decir de Dante, para perder toda esperanza. En Putin bullen, reavivadas, muchas cosas tremendas. El presidente ruso es un señor de la guerra, un warlord, como aquellos que devastaron China al desaparecer el imperio. Es también un Hitler dispuesto a todo por ensanchar la patria que considera humillada y cercenada. O puede ser visto como la resurrección del paneslavismo alucinado y profético que tantos problemas causó en el este de Europa, o, simplemente, como un psicópata transmutado en tirano. Y, sobre todo, se elija la fea imagen que se elija, Putin no sólo es la última versión de cualquiera de ellas, sino, además, la más peligrosa. Pero su enorme peligrosidad no es un atributo que provenga de sus propias capacidades personales, que son tan limitadas como las de cualquiera de los que le han precedido en el desarrollo de sistemas destructivos de poder. Lo que nos asusta se debe, sobre todo, a que sus descabellados proyectos se proyectan sobre un mundo que lleva más de setenta años sostenido sobre los terribles cimientos del equilibrio nuclear.
Ocupados por conjurar la amenaza del cambio climático, nos hemos olvidado de que esta otra de los arsenales atómicos continúa ahí y que representa el poder aniquilador más rápido con el que cuenta el género humano para hacerse desaparecer a sí mismo. Como si no tuviéramos poco con las 12.000 ojivas que acumulan entre Rusia y Estados Unidos, superan el millar las que están en manos de países militarmente secundarios, europeos o asiáticos, desde el Reino Unido hasta Pakistán o la India. Que Putin y sus generales se hayan atrevido a insinuar que podrían saltar desde la guerra de armas convencionales a la de armas nucleares reviste una extremada gravedad, por mucho que, por ahora, se mantengan solo en el terreno de lo dialéctico. Al romper el tabú que impedía hasta hablar de la posibilidad de su uso, han invertido la tendencia que, desde el final de la guerra fría, apuntaba hacia el desprestigio de cualquier solución bélica de ese tipo y que daba por sentado que el único camino transitable era el de los tratados de desarme.
La guerra de Putin nos sitúa ante el gravísimo problema de la escasez de mecanismos de control democrático
Urge recuperar el interés popular en acabar con los arsenales atómicos, de tal modo que los estados oficialmente reconocidos como poseedores de armas nucleares (los NWS) se vean obligados por la presión de la opinión pública a mantener y ampliar los acuerdos de no proliferación, afectando también a las armas tácticas, y que las naciones que las poseen sin control renuncien a su uso. Pero no es sólo eso. La guerra de Putin nos sitúa, a la vez, ante el gravísimo problema de la escasez de mecanismos de control democrático. Que un solo hombre y su camarilla sigan pudiendo hacerse con el poder de manera irrestricta en un país tan poderoso como Rusia es una prueba de la lamentable inmadurez política de nuestra especie. Los sistemas de elección democrática, de división de poderes y de limitaciones temporales de mandatos, junto con la libertad de expresión y asociación, debieran ser hoy en día requisitos ineludibles de la constitución política de los países de la ONU y, sin embargo, ni siquiera se atienen a ellos algunas de las grandes potencias que la fundaron. El control de las armas atómicas exige, además, una dosis muy incrementada de cautelas para evitar que la decisión sobre su uso se halle en manos de una sola persona o de un círculo reducido de adictos.
Pero no todo se resuelve en las alturas de las instituciones políticas. Hay también una perentoria necesidad de incorporar a la educación valores y procedimientos que contrarresten nuestra innata tendencia al gregarismo acrítico y a las relaciones de sometimiento y de dominio. Los tiranos como Putin crecen con más facilidad allí donde no se enseña a apreciar la independencia y la iniciativa de los individuos.
