En este, a diferencia de otros viajes, los kilómetros finales transcurren sin ninguna prisa. La conducción se ralentiza hasta hacerse compatible con la complacencia de un paisaje del que, de inmediato, consideras que siempre has formado parte.
Pasando Boceguillas, observamos el parque de bomberos, que parece estar casi listo y lo dejamos a nuestra espalda, antes de aventuramos por una comarcal, de firme impecable y unos arcenes de tierra rojiza, junto a la que transcurre en paralelo, una línea de cableado, cuyos palos, suelen andar coronados por alguna rapaz de medio tamaño.
Nos cruzamos con vehículos que circulan en sentido contrario y saludamos a las caras conocidas, o al menos, eso pensamos. También, sin despistarnos, nos percatamos de detalles como el pequeño palomar de Grajera que hay cerca de la carretera, al que se le ha caído parte del tejado o que, en ese mismo término o casi en el de Pajarejos, que está justo al lado, se empiezan a ver algunas placas solares brillando entre los sembrados.
A pesar de lo avanzado del verano, observamos que predomina un paisaje que no parece tan agostado. En el barbecho y los rastrojos recién cosechados, verdean las yerbas y los amarillos tienden a un color pardusco, como si el intenso dorado de otras ocasiones, se hubiese apagado. A simple vista o a ojo de buen profano, podría decirse que prolifera el girasol este año y por cómo viene la temporada, se diría que las oleaginosas han sido el cultivo premiado por las lluvias que, finalmente, saciaron toda esa parte del secano segoviano.
Ya saben que, la nuestra, es una de las provincias españolas donde tradicionalmente, se viene cultivado mayor superficie de girasol en alternancia con el cereal. Así que, desde el coche, vemos transcurrir, en sentido contrario, las parcelas de cereal, en su mayoría cosechado, entre grandes tramos de girasol en plena floración y que, como la propia orientación de la provincia, se levantan encarados hacia el nordeste geográfico.
Sigo insistiendo en la importancia de un sector primario cuyo valor estratégico que, por lógica y dadas las circunstancias de la guerra de Ucrania, debería verse acentuado y sin embargo, se encuentra sometido al acoso permanente de unas políticas, difíciles de entender en muchos casos, pero… sigamos en la ruta y a la vista de los campos…
A la altura de Bercimuel, en busca de nuestro particular destino, pasamos dos veces bajo la vieja vía del tren, cuya reactivación de todo este tramo, se sigue reivindicando. Unir la capital de la provincia hermana burgalesa, primero con Aranda y a esta última, con la Capital de España, de momento, parece un sueño frustrado. Una línea que ahí está y que atraviesa Segovia por toda la comarca que encuadra el nordeste, con los antiguos equipamientos ferroviarios de Maderuelo, Campo de San Pedro, Boceguillas, Riaza y Santo Tomé del Puerto. Un tramo que, tras un desprendimiento en los túneles de Somosierra, quedó cerrada y que podría suponer una alternativa de trazado y una mayor relevancia en todo lo referente al transporte del corredor atlántico. A lo mejor, si la decisión política tuviese un perfil de ciencias para definir un recorrido más matemático y considerase aquella teoría de que, desde Madrid, la línea recta entre dos puntos, delinease el trayecto más corto por nuestro lado… pero dejando atrás la vía, observamos, de nuevo, los sembrados…
Se ven muchos ‘testigos’ sin cosechar, en las parcelas de grano. Franjas alargadas de cereal que no sólo certifican y evidencian ante el seguro, las pérdidas de este año, además, son los indicadores de la intuición previsora, de muchos agricultores, frente la incertidumbre y los rigores climáticos.
Finalmente, desde lo alto de San Juan, se ve Cedillo, nuestro ‘origen’, destino en este caso. En este cortísimo tramo, afloran muchísimos recuerdos. Bajando, a la izquierda, está la Cantaburros. Hasta hoy, nunca me había preguntado si, realmente, se llama de esa manera. Se trata de una senda que remonta la ladera, con una larga recta empinada y como, si de ayer mismo se tratase, recuerdo la primera vez, que pude subirla, de un tirón, con nuestra vieja bicicleta. Lograrlo, fue la obsesión de un Agosto, de principios de los setenta. Pero, qué voy a contaros, si todos tenéis pueblo, algunos con monte y seguramente estéis disfrutando de un paseo mañanero después de que, en la tarde de ayer, cayese una buena tormenta de verano. Una de esas que, sin más daño, compacta la arena suelta de los rojos caminos de tierra y canto rodado. Un ‘agua de Mayo’, en agosto, que potencia los aromas de tomillo, encina, enebro y campo, impregnando el viento que pueblea, como otros tantos, el Nordeste segoviano.
