El habla local de Segovia conserva modismos varios en el trato coloquial, supervivientes a la proximidad de Madrid, más espacial que emocional: majo; hija; anda, a ver; adiós, pareja; qué vaya bien; y el leísmo por doquier, para aderezar la ensalada lingüística. Los retazos de conversaciones entrecruzadas dejan entrever, a modo de instantáneas, repetición de temas propios de ciudad pequeña, difíciles de escuchar en la Villa y Corte. Una ley empírica de carácter probabilístico explica dicho fenómeno. Las alusiones a la familia extensa crecen de forma exponencial a medida que cae el tamaño demográfico de una capital de provincia.
En la cola del autobús, coinciden dos jóvenes veinteañeros, compañeros de clase durante el Bachillerato. La charla se inicia: “ayer he visto a tu prima”, dice el primero. “Yo conozco a tu primo”, le comenta un hombre maduro a su interlocutor ante la entrada de una panadería. Una anciana comparte mesa en una terraza con coetáneas: “he conocido a sus primos, tíos y sobrinos”. En escenario diferente, otra señora mayor menciona su soledad: “no tengo hermanas, tengo primas; pero…” (se abre un silencio escéptico y melancólico). En los últimos años, las únicas conversaciones telefónicas de mi madre acontecían con primas y primo. Como herederos de un matriarcado celta, el contacto con la rama matrilineal se impone.
Los encuentros ocasionales y recurrentes en la avenida del acueducto dan lugar a esas charlas de rigor con duración variable, pero que no sobrepasarán el cuarto de hora. Siempre a pie y aunque haga frío, puesto que éstas son tierras austeras de puro mesetario. Y para algo hay soportales en la antigua Fernández Ladreda, convocantes como las Gradas de San Felipe en el Madrid del Siglo de Oro. Ya saben: unas amistades de baja intensidad entre “conocidos”, que se cruzan en decorado cuyo perímetro es sota, caballo y rey. Cuántas esposas tradicionales regañan, por llegar tarde a comer, a sus maridos, quienes se encuentran a unos y otros de regreso al hogar conyugal, trayecto con más paradas que en cualquier línea del metro madrileño. Las referencias a terceros – muertos y vivos- se imponen como lugar común en charlas espontáneas; y, desde la alusión inicial a Fulanito, se completa su árbol genealógico con proliferación de colaterales. Algún paisano llevará la voz cantante, con alarde de segovianidad, atributo mesurable por el número de vecinos que tiene fichados, cual agente del CNI. Los “conocidos” pueden llegar a ser tantos como libros había en la biblioteca infinita del cuento de Borges. No olvidé una frase escuchada siendo niño en “La saga de los Rius”-serie televisiva basada en novela con el mismo título-: “en España no tenemos tumba al soldado desconocido, porque todos nos conocemos”.
Las sociedades inspiradas en la confianza con terceros llegan más lejos que aquellas vertebradas por la familia extensa, máxime si hay amistad como la que preside los filmes de Howard Hawks. Capital social y grandes empresas proliferan en Alemania, Japón o Estados Unidos; mientras, las disensiones dentro de las empresas familiares bloquean la expansión de las PYMES en la Europa mediterránea. El edificio de “la choricera”, situado en las afueras de Segovia, es monumento de arqueología industrial que nos lo recuerda.
El cineasta senegalés Ousmane Sembène, pionero del séptimo arte en África subsahariana, plantea en una de sus películas cómo un sobrino intenta aprovecharse de la mala situación económica de sus tíos, desconocedores del valor del solar de la casa familiar en Dakar. Historias repetidas en épocas y lugares, consustanciales a la condición humana, que yo he sufrido. La victoria del “homo economicus” sobre los posibles afectos ligados a genes compartidos, fuente potencial de afrentas, disgustos y estrés postraumático. El refrán lo anticipa: “casado casa quiere”. Así, los rusos han invadido el país de sus parientes ucranianos.
Los primos desleales y tóxicos, carentes del sentimiento de “nobleza obliga”, se repiten en las historias de familia ¿Surge ahí la segunda acepción del vocablo? “Persona incauta que se deja engañar o explotar fácilmente”. Por ello, cuando escucho esta palabra, me acuerdo de Tin Tan, cómico mexicano natural de Ciudad Juárez. Un desconocido en nuestro país, a pesar de ser contemporáneo de Cantinflas ¿Se deberá al carácter irreverente de un personaje sin encaje posible en la España franquista? Como con el Gordo y el Flaco, el vivo Tin Tan tenía, como contrapunto, un compañero de aventuras: su entrañable “carnal”, quien era amigo y no primo.