El estreno en el Teatro Juan Bravo, el pasado viernes, de un nuevo montaje de “La dama boba”, la conocida pieza de Lope de Vega, nos devuelve a la pregunta, siempre planteada en estos casos a directores y productores, de por qué revisitar a los clásicos. Parafraseando al ciclo de promoción de la lectura entre escolares titulado ‘¿Por qué leer a los clásicos?’, cabe preguntarse por qué releer a los clásicos, por qué devolver a la escena obras sobradamente conocidas y muchas veces representadas.
Más allá de la obviedad, porque obvio es que nunca está de más dar a conocer la obra de Lope, como la de Calderón, Tirso o tantos autores más, entiendo que la producción de un montaje con una decena de actores y aspiraciones de gira nacional amplia, con todo lo que ello conlleva, se justifica en las aportaciones que realice, en lo que añade (o en los peores casos, resta) al clásico en cuestión.
Desde ese punto de vista, creo que la principal aportación de esta “Dama boba” es la estética. El vestuario creado para esta obra por Ágatha Ruiz de la Prada, que ya ha colaborado con la compañía Réplika en otras ocasiones, define la propuesta de principio a fin y encaja plenamente en la intención del director, Jaroslaw Bielski, de crear una fábula, de dejar que la historia se deslice entre el cuento y la farsa.
En general, el trabajo de la diseñadora no suele dejar tibio a nadie, lo normal es que desate pasiones u odios, y estoy segura de que habrá quien considere inapropiado e incluso irreverente vestir a los personajes de Lope, aún los de una comedia, con colorines, corazones y estrellas, pero yo entiendo que el resultado final es interesante, transgresor y, desde luego, sumamente alegre.
Menos eficaz es la apuesta en cuando a la escenografía. Los personajes se mueven, un poco huérfanos, en un desangelado escenario con tres paneles blancos, que los dibujos proyectados de Ruiz de la Prada no consiguen terminar de dotar de vida.
Y ese es el problema en general de este montaje; o al menos lo fue el día del estreno. Pese a los enérgicos colores, la obra no termina de arrancar, de transmitir vida y energía. Los problemas de ritmo fueron bastante evidentes, en algunos momentos se cae en el tedio y la versión de Daniel Pérez, aligerada con respecto al original, creo que llega a ser confusa para el espectador, que bastante ocupado anda en ‘luchar’ contra un verso nada sencillo de entender.
En cuanto a los actores, esa propuesta en la senda de la farsa puede justificar algunos excesos interpretativos, pero hay miembros de la compañía Réplika que residen casi permanentemente en el gesto desbordado, y este montaje no es una excepción. Destacar en su mesura al padre, Antonio Duque, y el buen tono general de los secundarios.
En definitiva, una apuesta estética interesante para revisitar a Lope desde otros ojos, con la esperanza de que el rodaje ayude a redefinir el texto y dotar al montaje de un ritmo que, el día del estreno, tuvo demasiados trompicones.