Las flores de Nicolás. Las flores que Nicolás planta donde antes malvivía un cachito de pradera con césped ralo, ayuno de monerías. En él, como en los demás recortes verdes que flanquean los muros de los edificios de la comunidad, los jardineros, manguera en mano, luchaban contra el verano para no dejarlo secar.
Hasta que llegó Nicolás y lo fue poblando de florecillas, repoblando de rosales y plantas diversas. Más que el constante esmero que derrocha sobre el verde, más que la poda de yerbas a tijera de costura, más aún que la defensa del incipiente jardín de los perros, por falta de consideración y respeto de sus dueños, o la vigilancia contra las avispas, destaca el paseo con conducir a su esposa, superviviente de varias enfermedades, el tierno ademán para recuento de las especies que van prosperando en este sencillo, humilde, encantador jardincillo nuevo.
Al principio opiniones razonables recelaron del uso del terreno y de la aparición del jardín al ocupar terreno comunitario. A lo que se ve transigen los críticos y el jardín que se inventó Nicolás recibe su ración de riego, como los demás retales de pradera. A los primitivos y escuálidos rosales, al siempre recortable laurel cerezo, ahora se suman florecillas de colores, cintas, coleos y otros vecinos nuevos que encienden la mirada de los paseantes, si no provocan una sonrisa.
