Este artículo, escrito por el Marqués de Lozoya en Julio de 1969, (hace ahora justamente 50 años), fue publicado en el número 1 de la revista “Segovia en Madrid”, editada por el Centro Segoviano
“Fue un gran acierto del ministerio que entonces se llamaba de Educación Nacional el establecer el Segovia, en el Palacio de Quintanar; la residencia estival de alumnos mencionados por las escuelas de Bellas Artes. Desde entonces todos los veranos acude a Segovia una pléyade de muchachos de ambos sexos, seleccionados en las escuelas de Madrid, de Valencia, de Barcelona y de Sevilla, a los cuales se unen algunos extranjeros. Es grato el ver con qué apasionado entusiasmo procuran captar la belleza de los parajes segovianos, a la luz, tan diversa, de todas las horas del día.
Mayor riqueza paisajista no puede encontrarse en ninguna otra comarca de España, y conste que España posee los más variados y emocionantes paisajes de Europa. En primer lugar, los paisajes urbanos, los que el artista puede contemplar, a veces, desde los balcones de su misma residencia. Esas aglomeraciones de tejados de teja morisca, en los que se dan todos los tonos que van del ocre al morado; las plazas encuadradas por caserones hidalgos sobre cuyo dintel el blasón tiene la prestancia de la gama heráldica en la mano de un caballero. Y, sobre todo, estas casitas humildes, que se agrupan como las vejezuelas en la solana Y cuya desaparición, inevitable, nos causa la pena de la muerte de una de estas personas ancianas a las cuales hemos conocido toda la vida. Panoramas urbanos, incomparables, de Segovia, de Sepúlveda, de Pedraza, de Santa María la Real de Nieva, de Maderuelo, de Cuéllar, de Riaza, de Ayllón…
El paisaje rural Segoviano es también de una onda y exquisita belleza. Paisaje desnudo, que deja ver su arquitectura y en el cual la parca vegetación -boscajes de pinos, de álamos o de enebros; ringleras de chopos a lo largo de los arroyos o de los caminos- subraya la belleza tectónica. Yo amo, sobre todo, esos vallejos que excavan en la caliza los arroyuelos serranos y que están cargados de historia y aún de prehistoria, singularmente el del Duratón, desde la cueva de los Siete Altares hasta Sepúlveda. Y las amplias laderas de la sierra, que llegan hasta las aldeas de pastores, con una variedad infinita de matices de rosa y de violeta.
Pero Segovia es, además, la tierra de los dos mundos y las dos culturas; la que entona, en su ambiente propicio, el románico de castillos e iglesias y los cazaderos reales, en el estilo “internacional “Franco-italiano”, del siglo XVIII. Son los inmensos bosques de pinos erectos, con penumbra religiosa, guaridas del lobo, del corzo y del jabalí que dieron asunto a los solemnes poemas de don Nicolás Fernández de Moratín y de don Gaspar Melchor de Jovellanos.