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Política de gestos

por Francisco Muro de Íscar
19 de julio de 2021
FRANCISCO MURO DE ISCAR
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Casi siempre, la política de los gestos es la antesala de la política de los hechos. El presidente Sánchez revolucionó su Gobierno, pero dejó intacto el de Podemos. Un gesto que significa mucho. Algunos de sus ministros, y de sus ex, también los han tenido. José Manuel Albares, el de Exteriores, un diplomático de carrera, hasta ahora embajador en París, ha querido que una de sus primeras actividades fuera reunir en la sede del Ministerio a ocho de los últimos ministros de Asuntos Exteriores —solo faltaron Javier Solana y José Manuel Margallo, que no pudieron acudir—, tanto del PSOE como del PP, “para contar con su consejo, opinión y apoyo. La política exterior es una política de Estado. Estamos trabajando por España”. No sé lo que pasará en el futuro, ni si esa primera reunión será algo más que un gesto. La política exterior debería ser siempre una política de Estado, sin saltos en el vacío y sin grandes diferencias, gobierne quien gobierne. Y si eso lo hicieran todos los que asumen un cargo público, empezando por los presidentes del Gobierno, otro gallo nos cantaría en todos los terrenos. Normalmente lo que hace el nombrado es deshacer lo que ha hecho el anterior, aunque sea bueno. Y si, en lugar de destruir lo que se ha construido, se hicieran políticas de Estado en sanidad, en educación, en justicia, en pensiones, en fiscalidad, etc., seguramente los ciudadanos recuperaríamos la confianza en quienes nos gobiernan.

En esa misma línea, la antecesora de Albares, Arantxa González Laya, que llegó con un gran prestigio y se ha ido por la puerta de atrás —sobre todo por la no resuelta crisis con Marruecos, pero no solo por eso— ha sabido salir con dignidad. En el acto del relevo, dijo que “todos los errores han sido míos y todos los aciertos han sido del equipo”. Le faltó decir —no hubiera sido políticamente correcto, pero habría que hacerlo alguna vez— que buena parte de los errores fueron de su presidente, empezando por el desprecio inicial al “vecino del sur”, que se guardó la venganza. González Laya dejó un excelente puesto para servir a su país como “interina” ministra de Exteriores. No hay que dar a lo simbólico más importancia de la que tiene, pero tampoco menos. Y el gesto de González Laya la ensalza.

No hay que dar a lo simbólico más importancia de la que tiene, pero tampoco menos. Y el gesto de González Laya la ensalza

Lo contrario que su, hasta hace poco, compañera de gabinete, Yolanda Díaz. Con todos los problemas que tiene la vicepresidenta segunda, lideresa de Podemos en el Gabinete y ministra de Trabajo, se ha vuelto a meter en un jardín. No le gusta que hablemos de patria y prefiere que lo hagamos de ‘matria’. Al margen de que a patria, un sustantivo claramente femenino, casi siempre le antecede madre, es otro ‘entretenimiento’ de esos a los que, lamentablemente, nos estamos acostumbrando. Y uno de esos malos gestos que algunos impulsan con una carga ideológica falsamente progresista que, desgraciadamente, no solo se queda en absurdos debates, sino que trasciende a las leyes.

La prueba está ya en varios textos legales publicados en el BOE que, no solo están pegando patadas al diccionario, sino que utilizan estos términos femeninos únicamente cuando son positivos y dejan en masculino los que son negativos. La reciente ley sobre la lucha contra el fraude fiscal (11/2021), cargada, como dice Álex Grijelmo, “de un auténtico catálogo de horrores lingüísticos y de estilo” -y de mala técnica legal en muchos casos, como la declaración del estado de alarma-, se refiere, correcta e inclusivamente, a “los posibles infractores e infractoras”. Pero lo estropea en su preámbulo cuando señala que se dará el mismo trato a “los sujetos infractores y a las sujetas infractoras” y, sin embargo, en el articulado dice que las entidades son “sujetos pasivos” y no “sujetas pasivas”. Son gestos que albergan una clara intención política y un desprecio del idioma y del sentido común. Como ha escrito alguien en internet, “si a uno le dicen que está gordo, inmediatamente se pone a dieta; pero si le dicen que es tonto, no se le ocurre ponerse a leer un libro”. Mucho menos el Diccionario de la Real Academia. Lástima.

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