La Catedral de Segovia vista desde la plaza de San Esteban. Juan Guerrero. O/l. 1989. El artista, asistente al Curso de Paisaje de Segovia, volvió a enfrentarse con ese espacio increíble en el que unas casas de hechuras populares parecen llevar a la Catedral de Segovia sobre andas procesionales hacia la confusión con el cielo. Pocos colores, pero aplicados en forma de sutiles matices con los que el artista consigue una gama de oscuros y claros, en tonos cálidos, suficientes para marcar el todo y los detalles distribuidos en tres planos simples, pero bien definidos. Otra cosa es la deformación, intencionalmente buscada, de líneas, superficies y volúmenes.
Desde el atrio de San Esteban. Isidoro Esteban. O/l. Sin fecha. El artista se ha colocado en un lugar desde el cual poder pintar una ensoñación, como la que inspirara las palabras de Mariano Grau: “Plaza de San Esteban, luminosa y tranquila. Para que florezca el homenaje que mereces, yo quisiera extraer de entre el légamo que la vida ha puesto en mi alma la pura esencia de unas emociones infantiles. Y así haría este poema que me hiere a borbotones, mimado por los recuerdos del ayer en fuga. Plaza de San Esteban, con el peine del atrio resurgido, con el gesto severo y señorial de tu gran palacio, con esas casitas humildes que contemplan la caravana de los años, sumidos en sueños de austeridades… y la gran mitra de la catedral, ardiendo sobre los tejados como una sinfonía de piedra cálida”.
Iglesia de San Esteban. Iñigo. O/l. Sin fecha. Muchos templos románicos de Segovia tienen como elemento característico un claustro, atrio o pórtico con columnas adosado a uno, dos o tres de sus muros. El atrio de San Esteban es angular, adosado a las fachadas sur y oeste, todo él con arcos sobre columnas pareadas, y dos portadas, una para cada una de las fachadas. Estuvo cegado, sufrió daños al caer sobre la parte de levante el andamio que se colocó para reconstruir la torre y es posible que aún quede algo sin liberar en la fachada de poniente, cuya piedra caliza, dorada por el sol durante siglos, siempre se muestra inundada de luz de atardecer. El artista acertó con el color que, de haberlo, habría de llamarse amarillo Segovia.
Rincón segoviano. Joaquín Hernando Cantalejo. O/l. Sin fecha. Desde el momento de su construcción probablemente, la iglesia de San Esteban ha venido guardando un Calvario en el que la figura de un Crucificado aparece con una mano desclavada. Alrededor de ella, El jerónimo parralino Lorenzo Calvete creó una leyenda que, conocida por José Zorrilla, a recreó atribuyéndola a un Cristo que hay en Toledo de parecida traza. La capilla en la que se custodia no tiene nada de particular ni en el interior ni en el exterior, y hay que tener mucha sensibilidad, la que tuvo Quini, para llevarla al lienzo en este Rincón segoviano que, por si alguien no lo identifica, diré que es un detalle de la fachada norte del templo, que se corresponde con la capilla del Cristo con la mano desclavada.
Casas de Segovia. Jesús Unturbe. Bromóleo. Hubo un tiempo en el que fotografía y pintura marcharon un tanto esquinadas, pensando los practicantes de la segunda que los de la primera habrían de relegarles. Luego, cada una tuvo bien claro su campo, aunque hacia los años veinte del pasado siglo volvieron a converger y fotógrafos hubo que trataron sus negativos para conseguir que, tras el revelado, las fotografías ofrecieran un aspecto próximo a los que identificaban a las pinturas tenebristas en efectos, luces y sombras. Los resultados de esa técnica recibieron el nombre de bromóleos -unión de las palabras bromo y óleo-, y el conjunto de los procesos, pictorialismo, que en Segovia tuvo como mejor y, acaso único, representante a Jesús Unturbe, autor de este bromóleo con la plaza de San Esteban conservado en la Academia de San Quirce.
Lucía Hernández. Segovia. O/L. 1991. El flanco oriental de la plaza de San Esteban se llena con una fachada de granito de corte renacentista. Fue mansión de los Salcedo, luego palacio episcopal, luego restaurante -por poco tiempo- y ahora espacio museable. Se acercó a pintarlo, como por accidente, pues la autora se centró en la calleja, Lucía Hernández; y a describirlo, brevemente, Luis Martín García Marcos: “Al final de esta calle, por donde el viajero seguirá perdido, otra plaza, amplia y señorial, le cerrará el paso: la plaza de San Esteban, alto prestigio de la ciudad. Hay en ella un palacio cuya fachada, de piedra almohadillada, con portada de estriadas columnas y escudos y figuras, acota el recinto por el Mediodía”. Descripción breve, ya lo dije.
Parroquia de San Esteban de Segovia y sus antiguas unidas de San Quirce y Santiago. Santos San Cristóbal Sebastián. Tinta, 1999. Este dibujo es un tanto desmañado y hecho por alguien al que le costaba dibujar. ¿Por qué pues lo pongo en esta serie junto a los de tantos buenos artistas del lápiz o del pincel? Es mi pequeño homenaje al sacerdote que estudió la iglesia, su atrio y su torre para reunir datos con los que publicar un libro, cuya contraportada ilustró con este dibujo. Del contenido extraigo el párrafo que sigue: “La torre de San Esteban es una genial obra de arquitectura, pero nadie escribió unas páginas que nos revelaran su verdadero misterio escultórico. Vamos aquí a intentarlo”. Y el autor recorrió las cuatro caras de la torre dando fe, a veces con demasiada imaginación, de lo labrado en los ciento treinta y dos capiteles que la adornan.
Torre de San Esteban. Naipe. 2015. ¿Una partidita? La baraja, dibujada por Manuel Serrano Gutiérrez, es original sin duda. Está formada por cuarenta cartas, divididas en los cuatro grupos de diez que corresponden a los cuatro palos tradicionales, y todas llevan dibujos en los que aparecen personajes históricos y monumentos segovianos o relacionados con Segovia. Cada palo, oros, copas, espadas y bastos, está identificado por un pequeño dibujo y su valor, por un número, elementos colocados en dos esquinas contrapuestas. A la torre de San Esteban le corresponde el cinco de copas. ¿Todavía no la tienen?
Acabo la entrega con esta pintura, ligera, casi etérea, de Irene Sánchez Moreno, asistente al Curso de Pintura de Paisaje de Segovia el año 2000. Es la visión muy personal de una realidad -¿o, de un sueño?- que trasmite levedad, sensaciones evanescentes. Por eso la he elegirla para final de este ligero trabajo sobre la Plaza de San Esteban, que a la escritora cubana Dulce María Loinaz, tras haber venido a Segovia, hubo de metérsele muy dentro para que, en carta a su amiga Ofelia Rodríguez Acosta, escribiera: “Segovia es uno de mis más puros recuerdos. Vaya a amarla por mí y diga en alta voz mi nombre en la soledad de la plaza de San Esteban…” Hoy, la plaza sigue estando sola, pero de personas, los automóviles aparcados la inundan.
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* Supernumerario de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce
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