Como el codo de los tenistas, el tobillo de los futbolistas o la rodilla de los jugadores de baloncesto, los peregrinos a Santiago de Compostela también tienen una parte del cuerpo que, si trabaja más de la cuenta, les trae por la calle de la amargura: los pies, el lugar donde se concentran heridas, rozaduras, ampollas y otras lesiones que elevan exponencialmente la dureza de una experiencia ya dura de por sí.
«Los pies son la zona que más sufre con diferencia y las ampollas en dedos y talones son las lesiones más habituales, seguidas por dolores e inflamaciones musculares», explica a la agencia Ical el doctor Víctor Fernández Pellón, que habitualmente pasa consulta en el Centro de Salud de Belorado (Burgos) -en pleno Camino Francés a Santiago-.
En contra de lo que se pueda pensar, los esguinces «no son lesiones habituales», sobre todo si se los compara con las mucho más frecuentes «sobrecargas musculares, tendinitis, bursitis y miositis», es decir, inflamaciones de los tendones, de las bolsas sinoviales de las articulaciones y de los músculos.
La receta de Fernández Pellón para evitar dichas dolencias es la moderación en los kilómetros que se recorren cada día. «Aunque se lleve calzado específico, se pueden tener ampollas y otros problemas. Hay gente que en vez de seguir las recomendaciones y hacer las etapas preestablecidas, se sienten fuertes, hacen dos o tres etapas juntas y se lastiman.
«Lo recomendable es andar entre diez y 15 kilómetros diarios. Si estás muy entrenado, igual es poco, pero en el caso contrario hacer más es invitar a los problemas. No recomendaría más de 15 salvo a gente muy preparada y habituada a hacer grandes jornadas», aconseja, para luego reconocer que «mucha gente hace más, de hecho, la mayoría».
Consciente de que la mochila del peregrino no es una maleta, el médico aconseja llevar un botiquín pequeño pero bien surtido, con analgésicos, antihistamínicos, crema con corticoides «suave», protector solar y crema hidratante.
