De siempre me ha parecido que tener a mano algunos de los escritos del tan insigne como desconocido científico “local” —afincado desde joven en Segovia (aquí murió, en 1943) aunque de origen catalán— Joaquín Mª Castellarnau y Lleopart, sirve de inestimable ayuda a la hora de hablar de cosas y asuntos actuales sobre los cuales, sin duda, se están vertiendo ríos de tinta tan o más caudalosos que los mares de opiniones, discusiones, informes videográficos y demás formas de “hablar de la realidad” habidas y por haber. Por ejemplo, releo en su obra “Guía y descripción del Real Sitio de San Ildefonso” (1884) la parte relativa al CLIMA de este espacio geográfico tan singular del Guadarrama, y veo lo siguiente: “Teniendo en cuenta la gran altitud de S. Ildefonso, su proximidad a elevadas montañas, cubiertas de nieve la mayor parte del año, …”, es decir, una “situación climática” perfectamente normal en aquellos momentos —ciento treinta y cinco años nos separan, o sea, un infinitesimal en lo que solemos entender por “tiempo que pasa”—, si bien y si contrastásemos la “anotación climática” mencionada con lo que, actualmente sucede sobre lo mismo, a poco que pensásemos en ello, en ese “contraste”, es posible que nos llevásemos las manos a la cabeza significando el asombro causado. (O no, dado que, desde hace algunas décadas, parece que estamos asumiendo, quizás con excesiva rapidez, que hay lo que hay y que la Historia, en cualesquiera de sus ramificaciones, sólo es cosa del ámbito pedagógico y que para bien poco sirve). Más adelante, nuestro —al menos para un servidor—maestro nos cita algún dato PLUVIOMÉTRICO que tampoco, a buen seguro, nos ha de dejar de lado tras un nuevo “contraste” con lo que hoy sucede al respecto: “La lluvia que cae en San Ildefonso durante el transcurso del año puede representarse por una capa de agua cuya altura es de 900 mm, …”, lo que significa que por cada metro cuadrado del término municipal de La Granja caía, al cabo del año, la nada despreciable cantidad de 900 (novecientos, para que no haya duda) litros del líquido elemento. Y para más abundamiento en estos datos pluviométricos, nos proporciona la estadística de su “reparto estacional”: “Los días de lluvia en el año son 103… La distribución de la cantidad total… (en tanto por ciento) es la siguiente: Invierno…19,8; Primavera…26,4; Verano…17,9; Otoño…35,9.” Con relación a la NIEVE, habla tal que así: “La nieve cae abundantemente en esta localidad durante el invierno, la primavera y aun el otoño, y en algunos años se ve a principios de Octubre y fines de Mayo…. el alto de Peñalara, se cubre de blanco manto desde últimos de Septiembre, y persiste la nieve hasta mediados de Junio, no siendo raro ver algunas manchas de ella aun a últimos de Julio.” (Añado a estos datos tan significativos mi propia experiencia vital al respecto: como soy nacido y crecido en ese mismo lugar geográfico referido por nuestro “paisano” de entonces, recuerdo de mi etapa infantil unas imágenes que siempre he llevado conmigo y que suelo citar a menudo: las de lo que por aquí se conocía como “nieve perpetua”, es decir, la de los neveros y ventisqueros que, durante el verano —en sitios muy concretos de la montaña, los de más altitud, cercanos al pico de Peñalara y por Siete Picos-La Mujer Muerta—, se resistían a descongelarse y “sobrevivían” hasta que el primer nevazo de la temporada les devolvía su función importantísima, imprescindible se podría decir, como reservorio de agua dulce del que se derivaba, en buena medida, la otrora abundante red hídrica de este territorio serrano.
Ahora, solicito de Vds., después de haber visto las “anotaciones climáticas” de Castellarnau (científico sistemático de primer orden, se lo aseguro), que miren hacia los mismos lugares —el cielo, la tierra, los ríos, la montaña, lo que ahora diríamos “espacio biogeográfico”, por resumir—que observó el sabio en su momento para componer su “estadística climática local” y contrasten sus personales resultados sobre lo mismo con los ya consabidos de éste. Y además, para “ayudar” en tales pesquisas, si me lo permiten les voy a facilitar un dato —de los miles que van y vienen por la “red”—, proporcionado por el organismo oficial que se dedica a la “estadística climática”, la AEMET (Agencia Estatal de Meteorología), muy de fiar y relacionado íntimamente con lo pluviométrico de nuevo, solo que en este caso concerniente a Segovia, a la época en curso y, por más concretar, al periodo comprendido entre los años 1989 y 2018: la “capa de agua” de la que hablaba Castellarnau, o “media de precipitación” que dicen ahora nuestros funcionarios dedicados al tema, se acerca, sin llegar, a los 500 mm, o lo que viene a ser lo mismo, a unos quinientos litros por metro cuadrado cada año. Ergo el nivel de precipitaciones hídricas en la zona, en un plazo de tiempo muy breve —¿qué son 135 años en la escala temporal terrestre sino ese pis pas mencionado al principio?—, ha descendido prácticamente a la mitad, lo que significa que no pocos “procesos biodiversos” del espacio geográfico que nos rodea están sufriendo en sus “carnes” los embates cuasi salvajes que tal tipo de carencia —no olvidemos que la ausencia de agua, repentina, en cualquier ecosistema cuyo funcionamiento dependa de este vital elemento, ocasiona un choque tan violento sobre el mismo capaz de desestabilizarlo y, a veces, destruirlo por completo— suelen conllevar. Entre las cuales se encuentra implicada, sin duda alguna, nuestra capacidad para abastecernos, razonablemente, de agua potable, hoy y en un futuro próximo no precisamente muy lejano (a tenor de los “tiempos”, el histórico y el climático, que están corriendo… con un devenir incierto).
Y ahora, tras lo disertado, quisiera hablar, más en concreto, de las aguas serranas de que se surten mis paisanos de La Granja, tanto las de uso doméstico como las utilizadas para otros fines, entre ellos el de surtir a las Fuentes de los Jardines cuando éstas “corren”, normalmente durante el tiempo cálido —primavera-verano—. Si recuerdan, el último 25 de agosto, festividad del patrón local San Luis, día muy señalado aquí precisamente por ser uno de los pocos en que tales “juegos de aguas” de las Fuentes más singulares pueden ser contemplados por infinidad de personas que acuden al Sitio casi con esa única finalidad, el espectáculo fue suspendido porque, a juicio de los responsables-custodios —el Patrimonio Nacional, para entendernos— de la reserva de agua existente en los estanques de los Jardines, de haberse empleado una parte del volumen de líquido embalsado para estos menesteres lúdico-festivos, se hubiese corrido el riesgo de dejar sin un suministro “normal” de agua de boca a la población granjeña. Y probablemente llevaban razón en ello: apagar el incendio que asoló unas cuatrocientas hectáreas de monte días antes se llevó muchísimos miles de litros de agua de El Mar, el gran estanque que da presión a las aguas que llegan hasta las famosas Fuentes y el principal abastecedor de agua potable para la población. O sea, que lo “anecdótico” de ese día podría ser como un síntoma de que lo de la proverbial abundancia de agua, en La Granja y alrededores, ha dejado de serlo; de que ahora los arroyos serranos —Morete, Carneros, Cacera de Peñalara y La Chorranca— que mandan sus aguas hasta remansarlas en El Mar para que sirvan a los fines sabidos, pueden que estén tan sometidos al permanente estrés hídrico estival, agudizado más cada temporada, que en poco tiempo sus caudales sean insuficientes (en verano sobre todo) para dotarnos de tales “servicios”. Y mientras, paradójicamente, por ahí —en las páginas del B.O.E.— está como perdida, abandonada a su peor suerte una “ Resolución de 21 de febrero de 2017, de la Gerencia del Consejo de Administración de Patrimonio Nacional, por la que se publica el Convenio de colaboración con el Ayuntamiento del Real Sitio de San Ildefonso, por el que se regula el suministro de agua desde el embalse de El Mar hasta el depósito Nuevo Chato.” Es decir, una especie de “solución” al enigma del abastecimiento de agua en La Granja, para Fuentes Monumentales, Jardines y vecindario local que ambas “partes” han dado por olvidar —por no llamarlo de una manera más gruesa o grosera— casi a partir del día siguiente de haberse dado la mano los “firmantes del acuerdo”: el anterior Alcalde del Sitio, José L. Vázquez —hoy “cortesano” en CyL.— y el Presidente-Consejero del Patrimonio Nacional, Alfredo Pérez de Armiñán y de la Serna, que sigue en ese cargo. Salud e inteligencia para soportar los “tiempos” que están corriendo.