Vivimos tiempos recios, como diría el Nobel Mario Vargas Llosa, tiempos en los que unos acercan el ascua a su sardina, y otros hacen honor a lo que Ernest Renan definía como una nación: “una solidaridad a gran escala”. Hace apenas unas semanas, cuando éramos felices y no lo sabíamos, algunos silencios desde el gobierno de la nación hicieron dudar a la oposición sobre el verdadero fin de la coalición gubernativa. Hasta el punto de que una universidad y un importante instituto de ciencias sociales vinculado a un ex presidente del Gobierno, realizaran un debate bajo el título “España ante un cambio de régimen” dando por hecho que ése era el objetivo del Gobierno.
Luego llegó el virus, que lo ha transformado todo, y repasando algunas lecturas del maestro Juan Linz, se pueden extraer algunas enseñanzas de la Transición que pudieran ayudarnos a afrontar la crisis sanitaria provocada por el COVID-19. No me refiero a la respuesta médica que con tanta ejemplaridad, sacrificio y gallardía soporta el personal sanitario día y noche sin descanso, pero sí a la manera en que desde las autoridades se coordinan los recursos y las instituciones, así como procura amortiguar las consecuencias de la pandemia.
En un reciente artículo, Henry Kissinger ha declarado que la magnitud de esta crisis desaconseja a su país, los Estados Unidos, a hacerle frente de forma unilateral y descoordinada del resto de las naciones. Si esta reflexión la hace de la primera potencia del mundo ¿Cómo deberíamos enfrentarnos nosotros a esta situación?, desgraciadamente yo no tengo la respuesta, aunque si miramos hacia nuestro pasado reciente, creo parece aconsejable la unidad de los actores políticos, sociales y económicos.
La fase de negociación de la Transición española (enero- junio, 1977) ha sido estudiada por los transitólogos del mundo como el paradigma y modelo a seguir de lo que se denomina el consenso. La formulación de los pactos tuvo una premisa basada en que ambos negociadores –reformistas del régimen y líderes de la oposición- tenían cierto equilibrio de fuerzas, lo que les permitía en caso de “enroque”, llegar a “tablas” en la negociación. En otras palabras, si los miembros del régimen hubieran sido suficientemente fuertes, no hubieran hecho caso a la oposición, y si la oposición hubiera sido más fuerte que el Gobierno, le hubiera hecho caer. Si agrupáramos a los actores políticos de la oposición en radicales y moderados; y a los miembros del régimen en reformistas y halcones, las posiciones de los extremos –radicales y halcones- estarían tan alejadas que a sus principales líderes les resultaría imposible no ya imponer sus criterios, sino siquiera forjar alianzas, como así ocurrió. Por el contrario gracias a una visión pragmática y menos ideologizada, los moderados y los reformistas fueron capaces de llegar a acuerdos.
Los cuatro mayores retos a los que se enfrentaron los sucesivos Gobiernos de la Transición fueron una aguda crisis económica, las solicitudes de autogobierno de vascos y catalanes, un terrorismo implacable de todo tipo y diversas conspiraciones militares.
La crisis económica se pudo abordar con un programa de saneamiento y reforma económica así como otro de actuación jurídica y política, que fueron los Pactos de la Moncloa. El primero, pretendió ofrecer soluciones a la difícil situación producida por el shock petrolífero, mientras que el segundo adaptar a la nueva situación democrática surgida de las primeras elecciones legislativas del 15 junio de 1977 algunas de las instituciones y leyes capitales para el funcionamiento del Estado y que no podían esperar a la elaboración de la nueva Constitución democrática: se consagró la independencia del Banco de España, se instauró un seguro de desempleo, se mejoró el sistema de pensiones y se reformó el sistema financiero por solo citar unos ejemplos.
Para tener éxito en unos pactos de estas características Suárez escuchó a las organizaciones empresariales, a los sindicatos y a los principales partidos del congreso excluyendo a los contrarios a la Constitución. Les expuso la situación y comunicó el plan elaborado por el reputado profesor Fuentes Quintana, se crearon unas comisiones y se aceptaron enmiendas.
Pero en política a veces es tan importante acertar como no equivocarse, y en las crisis hay que evitar errores. Entre ellos, los vacíos de poder, el deseo de resolver más problemas de los que se puede, el exceso de confianza, y el coste de la incertidumbre.
La continuidad del Estado estuvo encarnada en la figura de Su Majestad el Rey, lo que facilitó el trasvase de lealtades de un régimen a otro, así como su papel como motor del cambio le hizo ganarse la confianza de la oposición. El gobierno Suárez, tuvo que resolver multitud de problemas abiertos en diferentes frentes, pero supo crear una jerarquía de problemas situando en primer lugar aquellos que su solución producía más satisfacción y menos conflicto frente a lo ideológicamente importantes pero cuyo resultado era incierto. Nunca cayó en un exceso de confianza, porque fue muy consciente de la necesidad de colaborar con el resto de agentes políticos a los que necesitaba para legitimar el proceso, y fue predecible en el sentido de que la dirección tomada con la aprobación de la Ley para la Reforma Política hacía inevitable las reformas encaminadas al proceso de Transición.
Generalmente, en las democracias, cuando un gobierno intenta de forma unilateral superar la limitación temporal del poder democrático, constitucionalizando las reformas, corre el riesgo de que cuando llegue el partido de la oposición al poder –y si tiene mayoría-revierta dicha reforma. Por eso los gobiernos de la Transición tuvieron una visión más pragmática de la política, que dogmática, buscando en todo momento el pacto que recogiera el sentir de la mayor representación posible.
Además de la crisis económica ya citada y abordada a través de los Pactos de la Moncloa, hubo varias de orden público como los llamados sucesos de Vitoria, el secuestro de Antonio María de Oriol y Urquijo, presidente del consejo de Estado, el asesinato de los abogados laboralistas de Atocha, el intento de golpe de estado de febrero de 1981 o algunos de los atentados de GRAPO y ETA especialmente sangrientos. Estas crisis surgieron del malestar de grupos violentos que no aceptaron el proceso democrático iniciado en noviembre de 1976 pretendiendo doblegar al Estado y hacer descarrilar el proceso democrático. En aquella ocasión, se usaron los medios adecuados para llegar al deseado fin de acabar con la violencia, lo contrario de la general tentación en política de perseguir determinados fines sin estar dispuesto a usar determinados medios -que además en muchas ocasiones no se disponen-, por lo que es fundamental no hacer una falsa definición de los problemas cuando el gobernante se da cuenta de que no tiene los medios para llegar a los fines.
A ojos de 1977, ninguno de los problemas de la Transición se plantearon como irresolubles, y tanto las demandas de autonomía a través de sus respectivos estatutos de autonomía, como la amnistía a través de la Ley del mismo nombre, el terrorismo, las conspiraciones militares o la crisis económica fueron eficazmente resueltas –durante un tiempo no desdeñable en el caso de Cataluña- gracias al diálogo, a la lealtad constitucional y a la generosidad democrática de los partidos más importantes con representación parlamentaria.
La democracia liberal parte de la creencia de un orden legal y jurídico que conforma los procesos. El gran drama de las democracias se produce cuando la mayoría de la población no sabe distinguir entre Gobierno y sistema, y confunde la ineficacia del primero con la ilegitimidad del segundo. La Transición también provocó cierta desafección al proceso entre aquellos que creyeron que la democracia solucionaría todos sus problemas, por eso la aversión a nuestro sistema constitucional que pudiera dar pie esta crisis, me recuerda las palabras de John F. Kennedy cuando dijo “El medio más efectivo de mantener la ley, no son los efectivos policiales, los jueces ni mucho menos las armas de la policía o la fuerza del ejército, sino vosotros, la ciudadanía. Nadie en un gobierno de leyes respaldado por la sociedad tiene derecho a desafiarlas”. Quédese en casa.
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(*) Director de la Fundación Transición Española.
