El número es grande, pero nos llegan tres desde el exterior que tienen un significado y tamaño especial.
Cuarenta y un senadores franceses denuncian la “represión contra los líderes del procés”. Leo la noticia y me pregunto si estos mismos senadores habrán denunciado, por ejemplo, las cargas de la policía francesa contra las manifestaciones de protesta de los “chalecos amarillos”. También me pregunto qué hacemos mal para que este conflicto que, en primer lugar, es entre catalanes, y después entre el Govern autonómico catalán y el Gobierno del Estado atraiga la atención de políticos de Francia, uno de los países más centralizados y centralistas del mundo.
Llama la atención el texto sobre lo que, a su juicio, es la “represión de los electos legítimos, representantes políticos de la Generalitat encarcelados u obligados a exiliarse” por sus opiniones en el ejercicio de los mandatos que les encomiendan los electores.
Ni lo uno ni lo otro. No están encarcelados por ser electos ni representantes políticos y tampoco lo están por sus opiniones políticas. Están presos y están siendo juzgados con presunción de inocencia y con tantas garantías como las que pueda ofrecer la justicia francesa, por la presunta vulneración de la Constitución y otros delitos de los que veremos, al final del proceso, si son culpables, de qué lo son, si es que lo son, y en qué grado. Esto parecen desconocerlo estos señores senadores franceses. Y, por supuesto, nadie obligó a huir de la justicia a los que se autocalifican de exiliados.
Esto, que en sí mismo es un despropósito, en textos de cargos públicos, es mayor si se dice en nombre “de los derechos y libertades fundamentales en Cataluña”. ¿Admite la Constitución francesa el derecho de autodeterminación de Córcega o de Normandía, por ejemplo? ¿Defenderían estos senadores franceses ese derecho en el Senado francés? Los pueblos a los que la ONU reconoce el derecho de autodeterminación son aquellos que forman parte de colonias o que presentan notables diferencias étnicas y/o culturales, que no es el caso de Cataluña.
Pero lo que puede llegar a causar hilaridad es que entren en esta cuestión diciendo que lo hacen sin querer “interferir en los problemas políticos de un país vecino y sin tomar partido en el tema”. Fácil lo tenían.
Sin embargo, tienen razón estos senadores en que son problemas políticos que se deben resolver políticamente, pero como en su momento no se hizo, ahora tenemos que esperar a la sentencia sin interferir en el proceso judicial.
Desde Méjico nos llega el segundo despropósito. Al parecer, el presidente López Obrador envió una carta al Rey instándole a reconocer que hubo “abusos y se cometieron errores” durante la conquista del territorio y los pueblos que ahora corresponden al Estado mejicano. Es decir, que el Estado español, que no existía hace 500 años, pida perdón al Estado mejicano, que tampoco existía.
Los abusos y errores que entonces se cometieron están estudiados, puestos de manifiesto y reconocidos por la investigación histórica desde hace mucho tiempo, y nadie en su sano juicio estará orgulloso de las muertes y despojos que sufrieron los indígenas, pero todo lo que entonces sucedió no debe juzgarse desde consideraciones o criterios actuales.
No existe ningún problema con la interpretación histórica de la conquista y la colonización ni con el reconocimiento de abusos y errores que ya comenzó con Bartolomé de las Casas. Existe bibliografía que explica esos hechos cargando las tintas en los males que los castellanos infringieron a los indígenas, la llamada leyenda negra, textos que exaltan las gloriosas hazañas y textos que analizan la conquista desde el punto de vista de los conquistados. Todo ello es bien recibido por la historiografía.
Lo que no puede ser bien recibido es recurrir al pasado para utilizarlo como arma política del presente y menos si esa mirada al pasado es parcial como la del señor López Obrador al hablar de que no puede haber celebración de la caída de Tenochtitlán si no hay reconciliación olvidando que la conquista de Méjico también fue una guerra entre indígenas y que los castellanos aprovecharon esos enfrentamientos para derrotar a los mexicas. La intervención del señor López Obrador tiene un tufo nacionalista, del que sabemos mucho en España, y muy poca aproximación histórica a la colonización.
El tercer despropósito viene de Alemania, donde un periodista entrevista al ministro de Exteriores y las preguntas que formula llevan implícita una posición política a favor de los partidos y políticos independentistas. El ministro parece que perdió la compostura, pero, insisto, algo hacemos o hicimos mal en el pasado cuando un periodista alemán se permite esas licencias porque en Alemania los partidos independentistas, que al periodista tanto le preocupan, están prohibidos.