Plazuela del Rastrillo. José María Heredero. Acuarela. Col. Juan Ignacio Davía. Cuando José María Heredero hubo aprendido todo lo que del arte fotográfico pudo enseñarle su maestro Jesús Unturbe, pensó en hacer lo que éste: pintar, aunque no al óleo sino con acuarelas, técnica que permite el apunte rápido. Siempre estaba atento a lo que en Segovia ocurría, a tal derribo o a tal ensanche de calle, y acudía allí, con su cámara y con su caja de pintura para dejarnos testimonio de cómo era el espacio antes de que el urbanismo moderno hubiera acabado con él. Esta es posible que fuera la última imagen del viejo Rastrillo.

Calle de la Judería. Manuel Palomares. Dibujo. Lápiz. Academia de Historia y Arte de San Quirce. Si quien pasea por la Judería sale de la Plazuela del Rastrillo caminando hacia la derecha, entrará en la que se llamó, con nombre sonoro y gráfico, Calle de la Mala bajada, nombre que doy porque siento que se haya perdido. Una vista que nos acompañará en el paseo es la del remate empizarrado de la capilla catedralicia del sagrario. Otra vez le tomo palabras a Mariano Grau: «Traspuesto un escueto pasadizo, se sale a otro callejón angosto que desemboca en la calle de Martínez Campos, antiguamente denominada la Mala bajada. A la derecha se alzan las agujas y crestería de la Catedral y por la izquierda se llega al roído lienzo de muralla».

Calle de Segovia. Paul de Castro. Ó/l. Ca. 1935. Cuando Paul de Castro, francés alto y desgarbado, de posible ascendencia española, llegó a Segovia, pasó a residir en una casa de la Canongía Nueva, hoy calle Daoiz, a un jardín y una escalera de la Judería. Hay que suponer que le atraería esa antigua barriada, con sus callejas y callejones, con sus corrales, con sus plazuelas y sus desiguales construcciones sobre las que se alzan cresterías y chapiteles. Pintó mucho y aunque conozco poco de lo que hizo, a tenor de lo que he alcanzado a ver, lo defino como un pintor maduro y con oficio, algo perceptible en este cuadro, en el que plasmó la entrada a la plazuela del Socorro desde la Ronda.

Barrionuevo. Elena Uranga Abengoa. O/l. 1984. Un día el Rastrilo se vistió con ropas nuevas y a la calle que le ponía límite por el norte la llamaron Barrionuevo. El pintoresquismo se fue con la mugre y algunos lo lamentaron. Antonio Moragón escribió algo que tanto valía para aquel espacio como para otros en trance parecido: «Caerás con humildad sin quejidos apenas, como pequeño castillo de una anécdota, y, sin que pueda impedirlo, habré de presenciar tu entierro con dolor, camino de la informe escombrera, camposanto de las casas vencidas… Siempre tendré en el ánimo tu típica presencia y prometo, con toda solemnidad, no pasar por la acera ni mirar las piedras, ni a las gentes, ni a la casa o a aquello que haya de sustituirte».

Vista de Segovia. Natalia López Lapeña. O/l. 1995. Perdido el pintoresquismo de la plazuela del Rastrillo como motivo pictórico, quedó aquel espacio urbano con su singularidad, apoyada en la arquitectura, algo que no pasó desapercibido a algunos artistas que siguieron llevando a sus lienzos visiones como esta, geométrica aunque no lineal sino volumétrica, y no de un punto interior sino del todo visto desde el exterior. Con colores poco matizados, el entorno del Rastrillo se nos muestra organizado en planos, prismas y semiesferas de los que se escapa, por su color, la pirámide que forma el cedro centenario que un habitante del pasado plantó en el jardín que, cabe la muralla, daba alegría a su casa.

Díptico. Araceli Martínez García. Sanguina. 2005. Para salvar los desniveles del terreno sobre el que se asienta la ciudad en este sector hubo que hacer muchos tramos de escaleras que forman parte del pintoresquismo de tan singular barriada. Atraen a los artistas que pueden hacer experiencias como la sacada adelante por la autora de este díptico que incluye dos calles: Santa Ana, de la que ya hemos visto varias versiones, y la que, más escondida, une la plaza de San Jeroteo con la que antiguamente se llamó calle de la Mala Bajada, cruzando el Corral de los Huesos. Ejercicio de geometría para alcanzar la belleza plástica. Unos trazos y esfumato. Así de simple y así de bello.

Anónimo. Rincón de la Judería de Segovia. O/l. Sin fecha. Acabada la calle llamada en lo antiguo De la Mala Bajada y hoy dedicada al general Martínez Campos, se entra en la plazuela del Socorro, dejando a un lado el portal de una casa de tres alturas con entramado de madera, enfoscada recientemente, lo que la ha he hecho perder carácter. Yendo de frente, limita, haciendo ángulo, con la primera edificación de la plazuela, mientras que por atrás hace unión con la escalinata que desciende del Corral del Mudo. Mirando al cielo, la mirada topa con la torre de la Catedral. Un rincón increíble.

Subida de la Judería Nueva. Rafael Davía. Tinta. 1959. De esta calle que tan bien ha resaltado con fuertes trazos Rafael Davía, escribió brevemente Julián María Otero: «Otra calle en escalinata por la que se sube sin alentar de tanta pendiente y tanta admiración». También lo hizo, en párrafo un poco más largo, Emilia Pardo Bazán: «Callejuela tortuosa, de rápida pendiente, que termina en muchas escaleras y que alumbra mohoso farol. El rótulo en letras negras dice: Calle de la Judería Nueva. En escorzo un balcón saliente de hierro forjado, y en él, surgiendo de entre más de una docena de tiestos y cajones en que los geranios aplican sobre la negrura del hierro placas bermejas, una cabeza de mujer, joven, muy morena, de ojos grandes y tristes». Hoy, si doña Emilia paseara por la empinada calle difícilmente vería geranios. Y menos mujeres.

Bajada de la Judería Nueva. M. Encinas. Acuarela, 1957. Aquel año vinieron a Segovia varios alumnos de la Escuela de Cerámica de Madrid, recorrieron las calles de la ciudad, las pintaron e hicieron una exposición con lo pintado, incluida esta acuarela de colores suaves, y alegre. La acompaño con un emotivo texto de Antonio Moragón: «Barrio de la Judería, de la Judería Nueva, postigo de entrada a los primeros vientos de la sierra y salida del amortiguado enigma de tus piedras. Piedras que, si por desgracia algún día se borraran las leyendas, se convertirían en silencios sin lamentos, en ecos sin latidos… ¡En nada! Barrio de la Judería / de la Judería Nueva, / vas caminando en la noche / y te acompañan las penas».

Plaza del Socorro. Eugenio de la Torre «Torreagero». Lápices de colores. 1918. Col. Ayuntamiento de Segovia. Convergían en esta plaza la calle de la Judería Nueva, pina y en escalera, la Ronda y la calle de la Mala Bajada, que venía de la Judería Vieja. Casas pintorescas, suelos emborrillados, una fragua y vida. Escenario de picaresca descrito así por la pluma de Julián María Otero: «Traspuesta la muralla, nos hallamos en una plaza irregular en que corre una fuente quejumbrosa… De la plaza parten tres calles. Una frente al arco, bordeando la altura de la muralla, sobre el camino de ronda. Esta calle de la Ronda es la más tenebrosa de las vías que desembocan en la Plaza del Socorro, con serlo mucho las otras dos que, empinadas y tortuosas, vierten su silencio y sus sombras en aquel desagüe».

Sin título. Alejandra Gutiérrez Rivero. O/tabla. 2004. Volvemos a la calle por la que comenzamos el recorrido, Judería Vieja, aunque para no repetir, la contemplamos desde otro punto de vista más alto y próximo a la cubierta empizarrada de la capilla catedralicia del Sagrario. Del dibujo primero a este óleo han pasado más de cincuenta años, que lo han sido de bonanza económica y de reformas, casi nunca estructurales, lo que se aprecia en esta pintura que no acusa decadencia ni vejez, sino una nueva alegría.
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* Supernumerario de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce
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