Pasado y presente, interpretados por Ángela Almendáriz y Raquel Rubio, respectivamente, se unen para desvelar a segovianos y visitantes las historias que albergan y albergaron las paredes, butacas y camerinos del Teatro Juan Bravo.
Con motivo del centenario de la inauguración del teatro — el 26 de octubre del año 1918 — la Diputación Provincial de Segovia ha decidido abrir las puertas del conocido edificio ubicado en la Plaza Mayor y que así los ciudadanos conozcan, desde otro punto de vista, ese lugar que frecuentan en calidad de espectadores.
La compañía de teatro segoviana ‘Las Magas’ — formada por Ángela Almendáriz, Raquel Rubio y Mayte Mañas — es la encargada de poner voz a la historia del teatro. La visita comienza con un encuentro fortuito entre pasado y presente en el que se relata cómo el padre de la sala teatral actual fue el escenario de un mesón que se ubicaba en esa misma dirección. El dueño que regentaba dicho local decidió realizar una serie de representaciones de zarzuela en los meses de verano. Ello, junto con la reurbanización de la plaza llevada a cabo por Pedro de Brizuela, llevó a la decisión de la construcción del teatro que se inauguró en 1918. En un primer momento, solamente albergaba zarzuelas. De hecho, fue una zarzuela de José Rincón Lazcano, ‘La alcaldesa de Hontanares’, la encargada de dar comienzo a la vida del teatro.
Teatro, cine, sala de mítines políticos de Ortega y Gasset, Felipe González o Adolfó Suárez o escenario de conciertos de grandes personajes españoles como Agapito Marazuela, Lola Flores, María del Carmen Prendes o Manolo Escobar, ha ido evolucionando según los gustos de las épocas que su fachada veía pasar.
En la visita, cuentan y muestran cómo en la primera planta se conservan extintores de la época. En la segunda, restos de la barandilla y de las escaleras de entonces. Y, al llegar a la tercera y última planta, se encuentran dos sillas, una alta — que proporcionaba mayor visibilidad en los palcos — y una baja de las primeras que se encontraban en el teatro. Además, conservan una carretilla de madera que cargaba las pesadas latas de metal que cubrían las películas y un proyector que fue usado también en el teatro aquellos años en los que hizo las veces de sala de cine.
Entre bambalinas
Nada en el Juan Bravo es casualidad. La disposición de las butacas en relación con la posición del escenario, a la italiana. Los frescos que decoran el techo y que representan a conocidos personajes del mundo del espectáculo y de las artes. Los grandes medallones laterales que permiten que el sonido fluya a través de las paredes y se cree una acústica perfecta. Todo, absolutamente todo en el Juan Bravo está donde debe estar. El gran telón de boca, hecho de acero, que se corre y descorre electrónicamente, los focos, dispuestos entre bambalinas y las butacas que se esconden bajo el escenario cuando el espectáculo lo requiere, constituyen la casa de las grandes representaciones que acogió, en su día, y que acoge año tras año.
Sin duda, la parte que más aprecia el público son las curiosidades, tales como que en los camerinos se debe mantener silencio casi absoluto y evitar tirar de la cadena cuando está sucediendo alguna representación ya que los tocadores conectan directamente con el escenario. O que, hace dos siglos, las localidades más caras eran las que hoy en día conocemos como ‘gallinero’. Butacas que eran usadas por los burgueses para exponer al público su vestimenta.
La visita concluye en el patio de butacas, frente al escenario, donde pasado y presente del teatro se vuelven a unir para agradecer la asistencia del público y advertir que “la vida es teatro y esta es su casa, vuestra casa”.
