A los niños no les gusta el pescado. Los menús familiares inventan mil y un subterfugios para hacer más atractivo a los chavales tan necesario alimento a través de las múltiples propuestas que ofrecen los supermercados sobre todo en la sección de congelados. Barritas, palitos y piezas con atractivas formas ocultan en su interior con trampantojos rebozados algunas de las variedades que, posteriormente, los pequeños aprenderán a comer en fresco y a buen seguro, deleitar su paladar con ellas.
En el mundo de la música, hay artistas empeñados en emplear trucos similares a la hora de presentar sus propuestas, consiguiendo las más de las veces que el exceso de rebozo oculte no sólo el sabor del producto, sino incluso su propia identidad.
El Pescao inició su carrera hace relativamente poco tiempo, deseoso de demostrar al público que su talento musical va más allá del demostrado en el exitoso grupo El Canto del Loco. Varios discos en solitario y una larga temporada en Argentina le han servido para llenar sus alforjas de argumentos musicales con los que intentar convencer a un cada vez más exigente público al que la crisis le ha aguzado el sentido crítico a la hora de decantarse por un artista. El concierto que ofreció en la noche del viernes en la Plaza Mayor demostró que David Otero tiene madera de buen músico, pero un evidente temor al riesgo, lo que le lleva a ofrecer lo que parece un buen producto en un envoltorio comercial y facilón. La influencia de su estancia en Argentina resulta evidente en los temas de su último trabajo «Ultramar», con esa peculiar sonoridad que músicos como Calamaro han exportado a Europa; pero en el caso de El Pescao se convierte en un pop plano y sin brillantez, lleno de lugares comunes.
Si bien es cierto que un artista se debe a su público, no lo es menos que para un músico que inicia un recorrido en solitario, el hecho de recurrir a los viejos éxitos de su anterior grupo se asemeja a los ‘trailers’ que anuncian segundas y terceras partes de exitosas franquicias cinematográficas. Los grupos que se disuelven son como los toreros, que dicen que se van y vuelven; pero tampoco estuvo de más ofrecer al público algunas de las canciones que ECDL llevó a los altares musicales con mayor o menor fortuna. De lo que se trata es de consumir música… o palitos de merluza.