Su nombre oficial es Paseo del Salón de Isabel II, pero todos le conocemos, simplemente, como El Salón. Situado a lo largo de unos cuantos metros de la muralla, en gran parte oculta por edificios en este sector, tiene dos accesos desde el recinto amurallado, a través de sus antiguos portillos del Sol y La Luna, más otros tres desde el barrio de San Millán, dos con escaleras, y un sexto, en horas diurnas, mediante el ascensor del Centro Comercial Almuzara, uso permitido al público por un acertado acuerdo entre el Ayuntamiento y los propietarios. (¡Lástima que este centro comercial no haya tenido éxito, con la buena situación y disposición con que cuenta! Pero en Segovia, ignoro por qué, este tipo de centros no tiene aceptación, lamentablemente, cosa que no ocurre en otras capitales.)
Es probable que muchos segovianos, residentes en barrios más alejados del centro, hayan pasado pocas veces, o ninguna, por este mini parque de especial belleza, muy acogedor y que ofrece un espacio verde muy poblado, pero que en nuestros días no tiene la aceptación que tuvo en años pasados. Hoy, el Salón es un lugar muy adecuado para el paseo, y de hecho en él se practica especialmente por mayores, dado que su periferia de casi medio kilómetro ofrece, en un terreno completamente llano, una gran facilidad, y comodidad, para “hacer kilómetros”, aunque el asfalto ofrezca en algunos puntos unas incómodas protuberancias, fáciles de eliminar…si hay voluntad.
El espacio ha sido poco aprovechado para actividades culturales para las que ofrece, creo, unas buenas condiciones, pues tampoco es receptor de muchos ruidos molestos, aparte de contar con espacios amplios para montajes normales de escenarios no excesivos. Y este hecho de que el Salón esté hoy “poco considerado”, nos devuelve a años anteriores en los que la profusión de niños en este lugar era considerable, acompañados de sus familias, especialmente de sus madres, que acudían al Salón con sus retoños (cargando con sus cochecitos de capota, sus muñecos, sus triciclos, sus patines…) para pasar las tardes; y mientras los críos se dedicaban a sus juegos, ellas alternaban las labores tejiendo lana y conversando sobre los problemas domésticos. Entonces no se hablaba de política, claro. Las jornadas solían cerrarse con la llegada de los padres, una vez concluida su jornada laboral, para pasar las últimas horas de la tarde en familia en este acogedor recinto. Que incluso algunos años también sirvió para acoger las atracciones y carruseles de las Ferias y Fiestas de San Juan y San Pedro, aunque con las naturales limitaciones por el poco espacio disponible; atracciones de las que también la Plaza Mayor sirvió de escenario.
He aquí, pues, un escenario familiar este del Salón; muy entrañable, muy adecuado para el paseo, el reposo en sus numerosos bancos de piedra y madera (éstos a veces atacados por los bárbaros de turno); espacio también que invita a entregarse a la lectura, invitación que “puede hacer” el busto del cantalejano escritor y poeta José Rodao, que contempla la “vida” diaria del Salón desde una de las zonas ajardinadas, escoltado por el leve rumor de los chorrillos que saltan de dos pequeñas fuentes.
El Paseo de Isabel II sigue siendo, pues, un cúmulo de recuerdos y un lugar, repito, todavía no suficientemente aprovechado por los segovianos. Incluso en esta nueva temporada otoñal que acabamos de estrenar, y en el venidero invierno, ofrece su espacio tan grato para seguir practicando, al menos, el paseo, tomar el sol, ya a partir de ahora “menos fogoso” pero siempre acariciador, a pesar de los fríos.
