En estos últimos tiempos estamos contemplando, por causa de las frecuentes calamidades sociales traducidas en tifones, huracanes, incendios, accidentes de circulación, etc., que la actuación de los equipos de bomberos tienen en todas ellas un protagonismo destacado. A ellos se acude, pues, con harta frecuencia, lo que ha llevado a estos cuerpos a dotar de una preparación cada día mayor, en muchos aspectos, de todas las personas que los integran. Aquí mismo tenemos los simulacros que con cierta frecuencia se hacen sobre accidentes, prevención de incendios, etc. Un buen ejemplo, las prácticas anuales que realizan los bomberos en el Alcázar y en el Centro de Mantenimiento de Sistemas Acorazados (para entendernos, la antes Base Mixta).
Como esos fenómenos dramáticos a que me refiero, suelen ser cada vez más frecuentes, pues lo natural es que se pretenda la máxima formación de estos arriesgados profesionales, tarea que, en determinadas circunstancias, suelen compaginar con otros cuerpos asimismo especializados en las ayudas precisas en las calamidades públicas.
Esta tecnificación de los profesionales me lleva en el recuerdo a la penuria de personal y medios que había en nuestra ciudad varias décadas atrás, por lo que los escasos bomberos de entonces, que deberían ser seis u ocho, la mayoría de los cuales tenía también otra profesión, se convertían en unos hombres arriesgados y valientes para enfrentarse a fuegos de magnitud. Y como buen ejemplo de éstos recuerdo el del Hospital Militar en la calle de José Zorrilla, y al menos tres de gran importancia ocurridos en la entonces Residencia Provincia de Niños (hoy IE University), en los años 1958, 1971 y 1977.
En el primero de ellos, ocurrido en un frío día de febrero de 1958, los bomberos segovianos se comportaron excepcionalmente ante la magnitud y la complejidad del incendio. Lo afirmo porque fui testigo de sus trabajos por haber seguido sus pasos por todas las zonas afectadas, exponiéndonos al peligro ante los derrumbes de muros y vigas que se producían. Entonces no era frecuente el uso de la fotografía, y había que “vivir” de cerca el episodio que fuere, pues era preciso dar unas minuciosas explicaciones del desarrollo, en este caso, del incendio, información en la que incluía un párrafo donde manifestaba, ante el comportamiento de los bomberos: “No queremos omitir aquí la labor abnegada, y en algunos momentos heroica, de los bomberos, que con increíble entusiasmo lucharon a la vez contra el fuego y contra la falta de medios adecuados”. El camión de los bomberos segovianos no daba para mucho y llegó un momento en que faltó el agua, al tiempo que se producía una avería en las cañerías que la suministraban al centro, por lo que hubo que acudir a la fuente de la alameda de La Fuencisla para reponer existencias. Oportunamente llegó también el Servicio contra incendios de Cuéllar.
El suceso conmocionó a toda la ciudad, por lo que muchas personas acudieron al lugar para tratar de colaborar en lo posible, pues hubo que desalojar a todos los niños y algunos ancianos acogidos asimismo en la residencia, y tratar de salvar el mobiliario.
Pero el trabajo de los modestos y ejemplares bomberos segovianos no terminó aquí, pues a la mañana siguiente se declaró otro incendio en el Sanatorio de Quitapesares, al que también tuvieron que acudir con la máxima urgencia.
En algunos de estos incendios de suma violencia tuvieron que ser requeridos los servicios de bomberos de Cuéllar, Coca, El Espinar e incluso de Madrid.
Estos recuerdos, entrañables como profesional, son los que me hacen elogiar los esfuerzos que en nuestros días se están realizando para dotar a estos profesionales de los mayores medios posibles y de su máxima formación para estar dispuestos a atender a emergencias. Porque ahora, repito, los bomberos ya no solo luchan contra el fuego, sino que son protagonistas decisivos en otras muchas y variadas circunstancias. E incluso pierden su vida en defensa de los damnificados, como acaba de ocurrir recientemente en tierras malagueñas.
