Otro 9 de julio. Ya van siete. Cuando parece que las hojas del calendario van quemándose, vuelve una ardua fecha para el mundo taurino. Hoy las iniciales ‘VB’, que siempre están presentes para los más allegados, vuelven a herrar lo mucho que se juega un torero cuando se pone un traje de alamares. El valor de una vida. El recuerdo es sempiterno. En el encierro de San Fermín muchos son los que hoy -y otros días- corren en su honor. Un referente para los aficionados y los profesionales del festejo popular, al igual que para otros toreros. Los gestos en su memoria se suceden y ahí queda el particular homenaje que Diego Ventura, principal figura del escalafón de rejoneadores, le brindó el pasado jueves al salir por la Puerta Grande de la plaza de Teruel y acercarse en su salida en hombros al mural dedicado al diestro de Grajera que la ciudad le tiene guardado. El mismo recorrido realizó Andrés Roca Rey al día siguiente. Momentos para un minutero.

Pasan los años y la pregunta, que hay veces que es mejor no hacérsela, siempre vuelve a escena: ¿Dónde estaría hoy Víctor Barrio (Grajera, 1987-Teruel, 2016)? Compañeros suyos de cuando era novillero, de una generación que lideró a base rotundos triunfos, están viviendo vaivenes por las complicaciones que entraña esta profesión, pero son varios los que han tenido ya oportunidades de arrimarse al circuito de las ferias. Ahí están los ejemplos, cada uno con una carrera diferente, de Juan del Álamo, Alberto López Simón, Saúl Jiménez Fortes, David Galván, Arturo Saldívar, Javier Jiménez, Adrián de Torres, Fernando Adrián, Esaú Fernández, Noé Gómez del Pilar…
Sea como fuere, Barrio tenía un tesón y una convicción distinta. Impropia. Fuera de lo normal. Y cuando se encontraba en un buen momento de forma, la confianza consigo mismo era arrolladora y era cuestión de sumar festejos que su nombre copara un espacio en carteles de importancia. Lo demostró de novillero en las principales plazas de primera categoría y, ya tras la alternativa, en Valdemorillo en varias ocasiones. La llave para copar su agenda de más contratos era el tiempo. Sin duda, lo más difícil de tener.
Ese es el páramo que queda en el plano artístico sin el torero segoviano. Pero en el ámbito personal, en el del chico de pueblo, noble, generoso y amigo de sus amigos el vacío atiende a otras lindes. Ahí donde era y siempre será Víctor, o incluso ‘El Tirolés’ como le llamaban en su niñez por su espigada figura, el desierto es el día a día. Solo la familia y los más cercanos saben de su real ausencia. Grajera, Sepúlveda y muchos rincones de la provincia de Segovia conviven con su partida, un inesperado viaje que siempre es recordado con la sonrisa con la que afrontaba la vida. “La vida sigue”, dicen; pero está claro que sin Barrio es otra cosa o es otra vida.

