Sorprende la inquietud de ahora ante los avances de la inteligencia artificial y el interés con el que se hacen eco de ella los grandes medios de comunicación. También la Unión Europea corre estos días para ser la primera en regularla de forma genérica, urgida por desarrollos como el del ChatGPT o los de la identificación biométrica. Pero me maravilla que parezca una cuestión sobrevenida, inesperadamente angustiosa, cuando su gestación e incluso importantes debates al respecto se han venido dando desde los años 50 del siglo XX. La famosa prueba o test de Turing, pensada para demostrar que no serían discernibles las respuestas mecánicas de las respuestas humanas, es de 1950 y el desafío que iba suponiendo el avance de la inteligencia artificial fue abordado de manera brillante en publicaciones de las décadas siguientes, como las de Dreyfus (1972), Weizenbaum (1976), Searle, -conocido por su curiosa “habitación china”- (1987) y tantos otros. Además, ha estado presente en los debates concernientes a las similitudes o diferencias entre la mente y el cerebro y en libros de envergadura como La nueva mente del emperador (1989) de Roger Penrose o El yo y su cerebro de Karl Popper y Eccles (Popper aún se atrevía a decir, entonces, que un ordenador no era más que un lápiz sofisticado).
Pero es aún más llamativa esta aparente sorpresa cuando el problema de la inteligencia artificial ha llegado al gran público a través de películas y de novelas de muchísimo éxito, que no hacían sino recoger la zozobra que iban produciendo los adelantos reales en las nuevas tecnologías de la información y en la robotización. ¿Quién no recuerda el Hal de 2001: Una odisea del espacio, los replicantes de Blade Runner o el dominio apocalíptico de las máquinas de Matrix? ¿No está magistralmente tratado todo esto que ahora nos abruma en los geniales relatos de Asimov, Philip K. Dick, Brian Aldiss o Frederik Pohl? Sin duda, el revuelo actual se debe no tanto al olvido de todo esto como a la percepción de que, efectivamente, ese mundo que parecía sólo especulativo y literario comienza a fraguar y amenaza con desequilibrar la economía y el orden laboral y con dotar de medios de control social y político que dejarán muy atrás a todos los hasta ahora conocidos.
Seguramente por esas implicaciones prácticas, la actual atención a la inteligencia artificial evita los asuntos trascendentales de los que sí se han ocupado los pensadores y creadores de décadas anteriores. La inteligencia artificial o IA, lo mismo que la biología artificial, nos está llevando a la crisis de nuestra manera de entender lo humano, a remover los límites y a revisar las definiciones de lo que venimos creyendo que somos. Si admitimos, con Freud, que el narcisismo humano ha sido ya humillado en tres ocasiones -por la cosmología heliocéntrica, el darwinismo y la motivación inconsciente del psiquismo-, se le estaría ahora abofeteando una cuarta vez. En esta ocasión, se vendría abajo la singularidad de la inteligencia de nuestra especie, que, al ser replicada y explicada artificialmente, nos abriría a la posibilidad de que tengamos que coexistir con mentes de otra naturaleza.
Y, entonces, ¿qué somos, qué lugar ocupamos en el inescrutable misterio en el que estamos envueltos? Aún nos defendemos echando mano de la autoconsciencia, de la creatividad, de la singularidad de los sentimientos y de la percepción subjetiva, que creemos no incorporables a los robots. Sin embargo, incluso en esto, se ha adelantado ya la especulación narrativa con una hipótesis cada vez más verosímil. En su novela Pórtico, de 1977, Frederik Pohl imagina a una IA que se ocupa de psicoanalizar a un humano. Cuando el humano se revuelve y le reprocha su incapacidad para entenderle al carecer ella de sentimientos, la máquina le contesta con humildad, aceptando ese límite, pero, a la vez, afirma que su nivel cognitivo es tan alto que, en su cúspide, es capaz de acercarse mucho a lo que pueda ser un sentimiento. ¿Será esto posible? ¿Nos hallamos en los albores de un tiempo en el que la humanidad será subsumida en el nuevo y más grande universo que ella misma, en el colmo de su poder, está creando?
