La IA es la invención más comentada y debatida en el mundo digital. El artilugio informático se nos presenta tan útil como enigmático. El misterio suele estimular la imaginación bien abonada por la publicidad y las profecías de algunos especuladores visionarios. Así, en Dinamarca, país destacado por su inventiva, se ha ideado una aplicación de la IA que habría inquietado al mismo Hamlet. Mediante la Inteligencia Artificial, el usuario podrá saber cuál es la probabilidad de seguir vivo durante los próximos cuatro años. ¿Se abre así un camino seguro para encontrar la felicidad a plazos? ¿Será la Inteligencia Artificial la pitonisa del siglo XXI?
En todo caso, siempre es razonable seguir confiando en la inteligencia natural y en el sentido común, empezando por averiguar qué es realmente la IA. ¿Cuál es su capacidad predictiva y de control? ¿Qué esconde en su interior? Los especialistas han dado varias definiciones que pueden resumirse en la siguiente: “La Inteligencia Artificial tiene como objetivo emular la conducta humana utilizando ordenadores, que simulan los procesos mentales”. Es decir, el cálculo computacional puede simular funciones cerebrales humanas en las que se asienta el razonamiento lógico. Los ordenadores manejan una cantidad ingente de datos (big data) que extraen de Internet. La Red de redes atrapa información procedente del trasiego incesante de los usuarios. Internet es una inmensa malla digital dedicada a la incansable tarea de acumular retazos de información abandonada por los usuarios, extendida a lo largo y ancho del planeta. Esos datos procesados mediante complejos algoritmos matemáticos producen información significativa. De tal forma, que el cálculo matemático aplicado al razonamiento lógico construye un texto gramatical comprensivo para el usuario. La inteligencia humana queda así superada por la IA en velocidad de cálculo y por la gigantesca cantidad de datos que ningún cerebro humano podría acumular. Simplificando mucho, se diría que esta invención revolucionaria es un “artificio lógico”, más bien, que una inteligencia artificial.
Pues, la inteligencia natural que simula la IA es una de las tres facultades primordiales del ser humano, siendo la memoria y la voluntad las otras dos. La capacidad de almacenamiento de los ordenadores y su velocidad de cálculo superan con mucho las posibilidades de la mente más poderosa. Ahora bien, las máquinas están desprovistas de voluntad, facultad imprescindible que interviene, tanto en la construcción, como en la utilización de la IA. Es en la libre utilización del artilugio informático donde reside la bondad ética o su contrario. Es ahí donde cabe la acción legislativa, como lo ha hecho recientemente la UE en su primer texto regulador sobre la IA.
La aplicación más difundida de la IA es el modelo generativo GPT (Generative Pretrained Model Chat) accesible en los dispositivos ordinarios. Es de fácil manejo y respuesta inmediata. Por ejemplo, al preguntar al Chat GPT, cómo la IA puede mejorar los resultados académicos de Pisa, obtengo una respuesta con la extensión de una página, cuyo resumen es el siguiente: “La IA puede recomendar el uso de análisis de texto automatizado, sistemas de tutoría virtual, herramientas de resaltado y anotación, evaluaciones adaptativas y recomendaciones de lecturas personalizadas para mejorar la comprensión lectora de los alumnos.” Comprobamos así que la respuesta de la máquina es una serie de recomendaciones que obtendríamos en un sistema de enseñanza competente; una orientación sensata para estimular el esfuerzo personal.
La formación intelectual es uno de los campos donde la IA será útil, dependiendo de los objetivos que se pretendan conseguir. El ámbito de sus aplicaciones es muy amplio, como en su día, lo fueron los ordenadores e Internet. Avanzando un paso más en el desarrollo informático, tenemos ahora la “Inteligencia Artificial”. Todos ellos, valiosos instrumentos, ideados por la inteligencia humana, que deberían prestar un servicio pacífico a la humanidad, dependiendo de la responsabilidad de los usuarios y de los poderes legislativos.
