La tradición espiritual y de pensamiento más antigua viva aún en nuestros días, describe el proceso de manifestación de la realidad a partir de lo pre existente, eterno, increado e inmanifestado, mediante su voluntaria vibración emanada de su silencio. Su forma es el sonido, a partir del cual surge la energía que, ingeniosamente, se va densificando en materia, sutil en primer término y física en segundo lugar. Todo ello conforma un orden eterno en el que cabe el desorden, dependiendo del nivel de manifestación desde el que se observe.
Con ello, el sonido perfecto se encuentra encapsulado en la esencia de El Gran Silencio y su grado de primor se va apartando de su propia delicadeza, exquisitez y perfección en su camino de alejamiento de su origen. Cuanto más cargado de densidad energética, ideológica o física se encuentre el sonido, más distante y desarmónico resultará éste, puesto en comparación con su propia identidad esencial.
Los Vedas, los Textos escritos más pretéritos que nos acompañan, revelan la importancia del sonido como camino de regreso a lo divino, dado que es el primer eslabón entre el Absoluto y lo relativo. Basta echar la vista atrás un instante para darse cuenta de que, los primeros estados extáticos de conciencia logrados por el ser humano en su proceso de adoración a los dioses, se llevaron a cabo a través de la inmersión en la música y en la danza exenta del control físico y mental al que dicho sonido les hizo llegar. El rito se encuentra siempre inmerso en declamaciones sonoras, a través de música o de la recitación de la palabra sagrada.
Las Upanishads, la parte final del Veda, la porción dedicada al Conocimiento, nos describen con detalle el OM, el sonido primordial. Contiene pasado, presente y futuro. Resuena con sus matices AUM, en nuestro tránsito por los diferentes estados de vigilia, sueño y sueño profundo. Sustenta a las diosas de las letras que formarán, en el proceso de manifestación del OM, las frases conformadoras de ideas y conceptos.
Curiosamente, lo anterior viene recogido en toda tradición espiritual presente, siempre posterior al Veda, con su matiz singular, un tanto más ideologizado. Juan comienza su evangelio escribiendo: “En el principio, era el Verbo, y el Verbo era con Dios y el Verbo era Dios. Y finaliza su Apocalipsis: “Montaba un caballo blanco, vestido de una ropa teñida de sangre. Su nombre es El Verbo de Dios”.
El caso es que, en El Adelantado de uno de mayo y, como nota de prensa de todos los diarios y noticieros de la ciudad, Mazarías (alcalde) y Cobos (concejal para organizar y dirigir los festejos) nos presentan e imponen, a bombo y platillo, “SU” programa musical para entretener a la población y honrar al propio Juan y a su amigo Pedro en las próximas fiestas de la cuidad.
Una opción de pago, en el polémico CIDE, de la que sólo destaco a un Nacha Pop, que no es Nacha sin su genio Antonio Vega. Un Burning que tuvo su momento y se encuentra más que jubilado y unas Amistades Peligrosas que llevan cantando los mismos cuatro temas durante más de cuatro décadas. Imagino que vendrán ellos y no se trata de un performance. Andy y Lucas, afortunadamente se despiden de los escenarios para preceder a la fiesta más hortera del mundo.
Pero me detengo especialmente en lo que denominan ambos los “conciertos gratuitos”. Como siempre que la política habla, la aseveración resulta absolutamente falsa, puesto que adolecen del más mínimo atisbo de gratuidad tanto para los que asistirán como para quien ya anuncia que allí no le verán el pelo y, sin embargo, pagará a través de sus impuestos municipales.
La protagonista principal, que se auto denomina la diva Melody, con ese mal gusto que la define. Un tributo a los caducos Abba, cantados no se sabe por quién. Y, ¡cómo no!, “¿uno de los grupos más queridos por los segovianos?”, El Nuevo Méster, tronarán tras los fuegos artificiales. Todos ellos, en El Acueducto, en una nueva demostración de su inmensa paciencia con quienes deberían adorarlo, que soportará una agresión sonora más. Una oportunidad de ver a los chavalines emergentes segovianos en el Salón, allá donde mi padre montaba en la noria de niño por estas fiestas y desde donde veía los fuegos encendidos en La Piedad.
La plaza Mayor abrirá las puertas de bares y terrazas para que entre cerveza y cerveza, cubata y cubata, los asistentes desvíen la atención de sus mentes hacia sus conversaciones en lugar de hacia un inaudible Henry Méndez. Alguna verbenita machacona sonará también durante esas noches.
En su presentación, alcalde y concejal emiten juicios valorativos absolutamente improcedentes: “un programa pensado para todos los públicos y para que los ciudadanos disfruten”. “Una oferta variada y con un gran nivel”. “La fiesta Bresh, la más bonita del mundo”. “Una gran actuación de Melody para el disfrute de un gran espectáculo que está moviendo la artista”.
En fin, el “magnífico” programa, sencillamente pone de manifiesto la vibración sonora de sus programadores; bien porque es la música que ellos escuchan, que llena sus vidas y conforma sus calificativos sobre lo que han programado, bien porque piensan que no es su música, pero sí la ideal para ese vulgo que gobiernan, que creen callado y conformista, que se traga el slogan de la gratuidad y que llenará, como siempre, esos eventos de pago escondido que han diseñado para ellos.
Escucho y observo con horror los disco-móviles de las fiestas de los pueblos, de las celebraciones públicas, que emiten sonidos aterradores para mentes lectoras, estudiosas, reflexivas y amantes de la armonía de la buena música emanada del silencio. Esta música que nos imponen en todo acontecimiento pagado subrepticiamente con nuestro dinero y tantas veces escuchado, normalmente con la ayuda de un distorsionador mental para poder soportarla, afecta al orden físico celular y a la sutileza mental del discurrir y razonar; modifica el campo de vibración colectivo en el que se desarrolla la vida de la humanidad y afina al mundo en una distorsión sonora adecuada para que enfermedades, deterioro de las instituciones, inundaciones, corruptelas, extorsiones, robos, invasiones, extinción de derechos y libertades y apagones, se vayan convirtiendo, poco a poco, en acontecimientos cotidianos tintados de normalidad.
En fin, Felices Fiestas de San Juan y San Pedro a todos. Ya queda menos para el retumbar del estruendo sonoro que nos han programado.
