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Occidente ha muerto. Descanse en paz

por El Adelantado de Segovia
16 de agosto de 2024
en Tribuna
ANGEL GRACIA
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La vida en movimiento

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Ángel Gracia Ruiz

La población de Reino Unido ha tomado las calles. París vuelve a arder tras las Olimpiadas. En Dinamarca, miles de manifestantes queman un ejemplar del Corán. Italia colapsa y brama frente a la migración ilegal. En Alemania los machetes ocupan las principales avenidas. Ucrania es invadida por Rusia. Y en España… ¿España? ¿Qué queda de España? La están saqueando, frente a nuestra atónita mirada. Disgregando, ante nuestra pasividad. Empobreciendo, ante el temeroso balido de un rebaño que, por falta de uso, se ha olvidado de leer.

Resulta curioso observar lo que aquí ocurre. Un puñadito de marionetas que han vendido su alma al diablo, lo están desmantelando todo. Su estrategia no es nueva. Su régimen responde a un nombre bien conocido por los que tenemos cierta edad. Consiste en conquistar todas las instituciones y servicios estratégicos, poniéndolos a su servicio. Y para ello, se sirven del soporte económico de una población que paga sin rechistar los desmanes de sus propios enemigos. Bueno, se quejan un poco, en sus comidillas y chascarrillos, en la calle o en el bar, con un vino y una tapa de por medio; pero hacer, hacer, no hacen mucho más. La ciudadanía ha caído en el pasotismo, en ese tan manido ¡sálvese quien pueda!, que fomenta el individualismo y los malos modos para con los demás. El civismo y la buena educación brillan por su ausencia.

Mientras, la cesta de la compra asfixia. Los alquileres se hacen impagables. De ahí, que los pisos se conviertan en compartimentos dormitorio en los que los muebles se mueven por la noche para tirar colchones en el suelo. Que nadie pague la comunidad. Que en las escaleras te encuentres cuchilladas y charcos de sangre. Que sea imposible pegar ojo por las voces e insultos que vienen del piso de arriba. Que nadie pague su renta. Que los juzgados se colapsen y la delincuencia campee a sus anchas ante la impunidad de un sistema fallido que se dedica a pagar a quien no quiere trabajar, sino a vivir del cuento. Los hospitales no dan abasto. La medicina ha sucumbido ante la industria farmacéutica. La misma monarquía asiste pasiva a su propio derrocamiento por la puerta de atrás. La educación, a cual hemos entregado a nuestros hijos, se ha convertido en un sistema ideologizado, que asesina su identidad sexual, que obvia sus dones y talentos personales, que fomenta la desnaturalización de la propia individualidad; porque, queramos o no, sobre la faz de la tierra no existe ni un solo individuo igual a otro.

Todo efecto tiene su causa. Hemos permitido que nos roben a nuestros dioses, héroes y ancestros. Hemos dejado que nos cierren las puertas que nos comunicaban con nuestra sabiduría perenne. Hemos dado la espalda a nuestro soporte cultural. Hemos callado la boca al ahogado grito desesperado de nuestro anhelo espiritual. Hemos caído en la farsa de la aniquilación de nuestras diosas, tragándonos el caramelo envenado de delicioso sabor al fruto de su transformación en un sucedáneo de lo masculino. Y, logrado el sucedáneo, resulta sencillo sembrar el campo con la semilla del enfrentamiento. Y una tierra sin sus diosas está condenada al barbecho.

No son tan lejanos aquellos tiempos en los que el ser humano convivía y se relacionaba con los héroes, dioses y oráculos. Íberos, celtas, la gens romana, la sippe germánica, el zadruga eslavo o la sophía griega, tenían la convicción de tener un origen divino, de ser los descendientes de la divinidad o la misma divinidad encarnada en ellos mismos. Para ellos no existía separación entre el espíritu y la materia, entre ciencia y religión, entre lo humano y lo divino. La cultura griega se nutrió con su propia belleza y conocimiento iniciático. Sus templos eran una representación hecha a imagen y semejanza del Templo del cuerpo humano, al que sacralizaban nutriéndolo con la comida de la virilidad y el valor y la bebida de la delicadeza y la intuición. Allí todo era sagrado. Nada quedaba fuera de esa cobertura de sacralidad. Aquellos hombres y mujeres eran invencibles, porque eran conocedores del gran secreto contenido en la cajita de su propio interior. Por eso no dependían de nada ni de nadie. “Conócete a ti mismo”, era la clave que permitía el acceso al lugar más sagrado de Delfos.

Resultaba necesario derrocar a aquellos hombres/mujeres/diosesd, puesto que se habían convertido en una peligrosa especie imposible de dominar. Eran inmunes a las armas convencionales existentes entonces, por lo que había que inventar otras nuevas: la ideología. Primero, quemando en la hoguera todo atisbo de paganismo. Más tarde, bajo la bandera del bienestar y del progreso. Llenaron su vida de placeres mundanos y, finalmente, los convirtieron en esclavos, haciéndolos caer en un materialismo y consumismo desmedido, que debía de ser pagado por ellos mismos.

Y es que, a veces, resulta necesario bajar al submundo de Hades, pasar por el lado oscuro del alma, para darse cuenta. Un Texto escrito hace más de dos mil años, que forma parte de esa Tradición Eterna, la Kata Upanishad, dice en uno de sus versos: ¡Levántate! ¡Desierta!

La solución no se encuentra en la añoranza ni en el regreso a un tiempo pasado que jamás volverá a ser. La solución se ha ocultado temporalmente, pero permanece tan viva como siempre lo ha estado, porque lo eterno no puede ser muerto y lo sagrado nunca ha dejado de estar vivo. Se trata del ciclo de la vida. Las envolturas mueren, lo perenne permanece. Por ello, es necesario que occidente muera para que lo que ha sido ocultado en él, pueda florecer de nuevo.

Occidente ha muerto. Descanse en paz.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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