José Miguel Villar Bueno
Se atribuye a Rainer Maria Rilke la frase «La verdadera patria del hombre es la infancia». Soy de la opinión del poeta austriaco, aunque yo añadiría también la adolescencia.
En esa Arcadia lejana a veces hay figuras que descuellan y que nos facilitan el tránsito hacia la madurez y, en mi caso —que es el de cientos de segovianos—, emerge una persona de la que tristemente nos hemos despedido el día 28 de agosto: el Padre Mariano Palacios.
El Padre Palacios fue durante muchos años el capellán del convento de las Madres Dominicas. Muy bien podría haber centrado su tarea exclusivamente en su obligación religiosa, sin embargo, prefirió complicarse la vida fundando un club juvenil, el Centro SAI.
En unos locales situados en la Plaza de la Trinidad, frente al convento de las monjas, impulsó la creación de un espacio de convivencia y de cultura, en el que no se obviaban aspectos de formación religiosa.
Lo cierto es que los socios —como el Padre Palacios nos llamaba amistosamente—, niños y jóvenes, tuvimos la inmensa fortuna de paladear esa etapa de nuestra vida con oportunidades únicas. Participábamos en actividades como teatro, teatro leído, coral, cine fórum… y también aprendíamos a convivir con otras muchas de carácter lúdico.
Deseo hacer hincapié en el aspecto humano porque reconozco que ese aprendizaje ha sido fundamental para mi crecimiento como persona. Del padre Palacios aprendí el sentido de la palabra tolerancia. En el Centro SAI tenían cabida todos aquellos que quisieran, sin importar las diferencias sociales o personales. Esta diversidad nos abrió la mente y nos permitió comprender la importancia de la empatía y del respeto hacia los demás.
Con el Padre Palacios todo era novedoso, siempre había proyectos e ilusiones. No había tiempo para la pausa, lo que contrastaba con una ciudad que como decía Clarín de Vetusta, “dormía la siesta”. Las misas, amenizadas con guitarras eléctricas y batería, nos reunían en un ambiente festivo muy lejano del formalismo que por entonces —y creo que también ahora— dominaba la vivencia religiosa.
El Padre Palacios era una persona cercana, con una voz que invitaba al diálogo, con una capacidad inusual para tratar en plano de igualdad con unos chavales que querían comerse el mundo, con mano izquierda para resolver los conflictos, siempre dispuesto a escuchar. Lejano del dogmatismo, abordaba los temas con una extraordinaria apertura.
En muchos territorios, los fundadore de la patria son considerados héroes; en esa patria mía de la infancia y de la juventud, el Padre Palacios es mi héroe. Él despejó ese territorio ignoto de la vida, no hay palabras para expresar el agradecimiento.
Muchas gracias, Padre Palacios, muchas gracias socio.
