Estados Unidos conmemoró ayer, todavía con inmenso dolor y rabia, el décimo aniversario de los atentados suicidas que Al Qaeda perpetró contra el corazón financiero y político del país, y que cambiaron para siempre a la nación más poderosa del planeta.
Desde hace días, los estadounidenses han rememorado, a través de los medios de comunicación y las redes sociales, la pesadilla de aquel 11 de septiembre de 2001, cuando cuatro comandos de piratas aéreos, a las órdenes de Osama Bin Laden, acabaron en pocas horas con la vida de casi 3.000 compatriotas.
Así, la atención del país se dirigió a los tres escenarios de la tragedia: la Zona Cero en Nueva York, donde se hundieron las Torres Gemelas, el edificio del Pentágono en Washington y el descampado de Shanksville, en Pensilvania, donde los pasajeros del vuelo UA93 acabaron estrellando el cuarto avión antes de que impactara, muy probablemente, en el Capitolio. A los tres lugares se trasladó el presidente de EEUU, Barack Obama, quien en el mensaje que dirigió a la nación pidió, por encima de todo, «unidad».
«Quisieron privarnos de la unidad que nos define como pueblo. Pero no sucumbiremos a la división o a la sospecha. Somos estadounidenses y somos más fuertes y más seguros cuando seguimos leales a los valores, las libertades y la diversidad que nos hacen únicos entre las naciones», afirmó el líder negro. En las cadenas de televisión, las lágrimas, todavía hoy, de los familiares de las víctimas y el estupor de los que fueron testigos de los ataques, volvieron a mostrar en estos días que la herida sigue abierta.
Las ediciones especiales de los periódicos y los documentales televisivos rescataron innumerables historias de gente corriente que se enfrentó al desastre y supo sobreponerse a la tragedia personal, para ejemplo de toda una generación.
El décimo aniversario del 11-S ha sido la ocasión no solo de revivir aquellos momentos, honrar a los muertos y rendir tributo a los héroes, sino de reexaminar las decisiones políticas que vendrían después. Pero ayer no era el día pues había muchos llantos que calmar, muchas espaldas que cubrir y muchas lágrimas que secar. Y en diversos sitios, porque también merecían su homenaje las víctimas del Pentágono y los héroes del United 93, que fueron agasajados por Obama y su esposa con una corona de rosas blancas que pusieron junto al monumento inconcluso. Los gritos emocionados de USA, USA los despidieron. Y es que era la jornada más patriótica del año, de muchos años.
Por la tarde, el hombre más poderoso de la Tierra estuvo en el Pentágono, consolando a viudas, huérfanos y familias destrozadas.
