Hace muy poco que vivíamos una situación dramática, una crisis de tal dimensión que aún a día de hoy, todavía no hemos logrado superarla, provocada, en gran medida, por la supuesta crisis del ladrillo.
Vivir por encima de las posibilidades, una alta especulación y unas medidas económicas inadecuadas, provocaron esa tremenda situación que afecto a miles de ciudadanos españoles, que se vieron arruinados, sin empleo o en muchos casos, incluso sin vivienda. A todos nos afectó esa situación y deseábamos el cumplimiento de ese derecho fundamental incluido en nuestra carta magna consistente en una vivienda digna, pero poco podíamos hacer frente al resultado generado por ese cúmulo de malos hábitos generados. La construcción creció a unos niveles semejantes a los Emiratos Árabes, y las adquisiciones de viviendas iban en consonancia, culpando a las entidades bancarias de lo fácil que se lo ponían a esos compradores. Poco hemos aprendido de aquella tragedia, pues efímera es la diferencia que existe en la realidad en nuestro país en estos tiempos. Cierto es que la construcción no ha explotado a esos niveles, pero sí las adquisiciones de vivienda y aún mas las de obra nueva, que reflejan una inflación que comienza a asustar.
Cómo no, “culpa” de esta situación (a parte del Gobierno) la tienen las entidades bancarias, que, en su lucha sobre la competencia, lanza ofertas en un producto como las hipotecas que facilitan y mucho el acceso a esa vivienda.
