‘Penal de Ocaña’ habla de una necesidad de reinventarse y precisamente Nao d’amores se atreve ahora con el teatro contemporáneo. ¿Cuál ha sido el mayor reto de la compañía con esta producción?
Jugábamos con ventaja porque este espectáculo se genera a partir de material no teatral y nosotros, partiendo del prebarroco, estamos acostumbrados a crear acción dramática donde no la hay. Lo más complicado es que cuando uno indaga en épocas tan recientes empiezan a aparecer documentos de gente con la que has vivido muy cerca y se convierte en una experiencia ‘parateatral’. Si al crear un espectáculo llegas a formar parte del personaje, imagina cuando lo conoces. Da un poco de vértigo el poder profundizar tanto en una historia tan reciente de este país, sin cicatrizar en muchos casos, y tan viva, porque nosotros hemos encontrado documentos reales de correspondencia de mi abuela desde el propio Penal de Ocaña, que no sabíamos que existían. El día que aparece una carta nueva, pegas un salto y dices: madre mía, esto es como escarbar en el pasado.
¿Es necesario cambiar las líneas de trabajo para un tipo de producción nueva y con este carácter familiar?
He tratado de cubrir la experiencia de vida de una mujer que murió en el año 1995 pero que con su propia voz, a los 24 años, se enfrentaba a la gran tragedia que caía sobre Madrid. Más allá de posicionamientos partidistas ella opta por el compromiso moral que le rodea. Es una lección de vida apasionante. No obstante, hemos trabajado siguiendo las mismas líneas de acción. Por un lado en la parte literaria, buscando referentes literarios o musicales del momento, la parte histórica del 2 de octubre de 1936 al 2 de octubre de 1937. Por otro lado, acudiendo a material personal como el propio diario de mi abuela y recuperando otros documentos como correspondencia de mi abuela con su maestro Pedro Salinas del 7 de octubre del 36, en el que contaba la situación del Centro de Estudios Históricos de Madrid, que preparaba a toda marcha su gran defensa, como dice ella. También hemos perseguido a quién queda vivo para poder cotejar acontecimientos. Cuando hablamos de ese periodo, parece que no hay más que un mundo de rojos y blancos, y que son dos mundos paralelos, separados. En realidad, es una versión bastante ‘chata’ de la historia, pero aquí había que hacer un proceso de búsqueda importante porque esta generación era muy inteligente.
Un reto que parte incluso de probar con nuevas fórmulas interpretativas, nuevos lenguajes y nuevos espacios. ¿Cómo ha sido el proceso de adaptación de los que formáis la compañía?
Ha sido muy fácil porque el texto es emoción pura y a cada uno le entra por un sitio distinto. Ha habido muchísimas lágrimas en el proceso de montaje porque hay historias tremebundas, por ejemplo de cómo heridos que llegan del frente se mueren en sus brazos. Para todos empezó como un ejercicio muy emocional, para mí o para mi hermana está claro cómo partía, pero es un texto lleno de emotividad por todos los lados. Cuando ya eres capaz de analizarlo con distancia, se convierte en un ejercicio de justicia histórica y literaria.
La Guerra Civil, época en la que se desarrolla la obra, hizo que muchas personas tuvieran que tomar decisiones arriesgadas para seguir hacia delante. ¿Es lo que toca en la actualidad?
Aunque hagamos prebarroco, nosotros no hacemos teatro arqueológico y nunca nos hemos encasillado. Hacemos un proceso real de búsqueda de lenguajes y además existe una línea de unión entre mi abuela porque era una absoluta enamorada del mundo con el que trabajamos nosotros en el prebarroco. De hecho, ella es la gran estudiosa de Lucas Fernández y nosotros hicimos sus Farsas y Égloglas. Podemos usar otra línea alternativa sin perder la nuestra fundamental por la que todo el mundo nos conoce y por la que tenemos que seguir luchando. Ella es la que nos permite hacer experimentos. Además, ahora es un momento en el que hace mucha falta compromiso individual para que el cambio sea universal. Vivimos en un ámbito de frivolidad que era impensable para toda esta generación anterior. Es un buen momento para volver a ello.
De hecho, las primeras frases del libro son “Yo no espero nada. No es hora de esperar sino de hacer”…
La lucha por la vida es fundamental por mucho que aparezca en la función mucha muerte y desolación, por mucho viento negro que nos trae la guerra, como ella dice. La vida sigue y se arma una especie de coraza. En ‘María, Mariantia y yo’, su última obra antes de morir, narra lo que pasó cuando dejó el Penal de Ocaña y trata sobre seguir hacia delante, intentando un compromiso moral con el prójimo. En el texto hay momentos en los que ella habla clarísimo: ‘yo, mientras sea yo, mientras tenga este fondo insobornable mío, podré nunca negar mi presente’, y es una declaración de principios absolutamente.
¿Y cuál es vuestra declaración de intenciones, seguir esta línea contemporánea o existen otros proyectos?
Esto de la crisis nos está haciendo trabajar como brutos. Ahora con proyectos didácticos, proyectos pedagógicos que nos están pidiendo mucho. Por ejemplo el día 11, mientras se hace aquí la última función yo me voy yendo corriendo a Alcántara, porque al día siguiente actuamos y tenemos dos días que damos un curso intensivo de Iniciación al Prebarroco, para los alumnos de la Escuela de Arte Dramático de Extremadura. Ahora mismo esta línea tiene que ser eso, una línea alternativa que nos permita saltar puntualmente a cosas, pero nosotros no podemos abandonar ese ámbito medieval renacentista, que además no hemos conseguido que nadie haga todavía.
Más que ideológico, Penal de Ocaña es sentimental y habla de pasar a la acción. ¿Le viene de familia a Ana Zamora esa inquietud por investigar, crear, perfeccionar?
De las cosas más importantes que he aprendido yo, por mi ámbito directo, mis propios padres o mis propios abuelos, es que al final lo único que vale y lo único que queda es el trabajo. Mi abuela nos lo decía siempre, ‘no se puede perder el tiempo’, el tiempo no vuelve, hay que aprovecharlo hasta el último momento. Cada uno elige una responsabilidad y lo que quiere hacer en la vida y tiene un papel, y yo si he elegido esto, tengo que entregarme a lo que me toca.
