Nos guste o no, el futbol es el deporte rey; aquí y en la mayoría de países. Los grandes jugadores o las victorias de los equipos son capaces de movilizar a la población como no se hace por situaciones quizás mucho más importantes. Nos olvidamos de cuidar nuestra salud en la situación actual porque debemos celebrar la victoria en la Liga, la Champions… Quizás sea porque en muchos aspectos iguala a todo el mundo, te sientes parte de una comunidad que, en varios equipos, trasciende fronteras: te unes a unos objetivos e ideales comunes.
Un equipo de futbol une a personas de diferente religión, situación social, sexo… El fútbol produce euforia, alegría, tristeza, rabia, nerviosismo. Incluso puede cambiar estados de ánimo; por supuesto, no hace que desaparezcan los problemas, pero en algunos casos los mitiga.
En este contexto, se pueden entender las reacciones surgidas ante la marcha de Messi y su recibimiento en Paris. O como el Barca anuncia que tiene un déficit de 1.300 millones y sus socios no tienen reacción alguna. ¿Qué entidad se puede mantener con este déficit? Pero, aún peor, nadie entendería que este equipo desapareciera. Esto no se sostendría en otros contextos. Los aficionados quieren que su equipo gane y el resto importa poco: un título hace que otras situaciones no planteen problema.
No sé si esto es bueno o no lo es, pero es una realidad que viene persistiendo desde la creación del propio fútbol. Lo importante es no olvidarnos de que es un deporte y que este no nos lleve a rivalidades que excedan unos límites más o menos normales.
