Es viernes por la noche y la luna llena ilumina el centro de Segovia. Es el momento elegido por los ‘lobos’ de la Carrera del Pavo para su primer entrenamiento de cara a la imprescindible prueba de bicicletas sin cadena que llega a los telediarios nacionales el día de Navidad. Hay que hacerlo de noche porque es cuando se puede; sin turistas y con los viandantes justos. Todavía quedan algunos, que se sorprenden cuando ven a tres tipos girando con todas sus fuerzas el manillar para avanzar contra la pendiente. Lo harán también el sábado 25, el día en que la Calle Real se convierte en un gran puerto de montaña del Tour de Francia.
Hugo Sanz, Iván Gómez y Marcos García han tomado caminos distintos tras compartir adolescencia y bicicletas. Con 19 años, cada cual tiene sus proyectos deportivos y académicos, así que entrenar para el Pavo es una excusa para juntarse a toda prisa un viernes por la noche. Llevan bajando por Teodosio el Grande, la calle que da inercia a los ciclistas para intentar llegar lo más lejos posible, hasta la Subdelegación del Gobierno; casi tanto tiempo como compitiendo en las diferentes categorías del ciclismo de escuelas, desde los 9 o 10 años.
La primera vez de Iván en el Pavo fue con la bicicleta de paseo, unas cintas en los pedales y sin apenas superar la plaza del Azoguejo. Hugo empezó con una bicicleta corriente, atando la cadena con una brida; al año siguiente, le pidió a su padre que preparan una con un manillar de madera y llegó hasta la Casa de los Picos. Marcos empezó más tarde, hace cuatro años, ya con una bicicleta más preparada. La filosofía para vencer la pendiente es sencilla: aligerar. “Lo que no sirve, fuera”. Por ejemplo, nada de transmisión. Algunas sí tienen freno, por seguridad, o una barra para apoyar los pies. Pero basta con dos ruedas, cuadro, sillín y manillar. Las ruedas también han evolucionado y ahora usan las de carretera. El resultado supera por poco los tres kilos. “Esto no pesa nada”.
Para ellos es un día de celebración. “Es especial porque es una tradición y nos juntamos los mismos de siempre, los que nos conocemos del ciclismo. Es una excusa para tomar un chocolate y echar unas risas”, resume Iván. Mientras, Marcos tira de ironía. “No hay otro día en el que haya tanta gente viendo a unas bicis tan raras y a unos haciendo el tonto con los brazos”. Y Hugo habla de algo único. “Más allá de que la gente se ralle en preparase, es una fiesta. Esto no es fácil, subirse a una bicicleta que no tiene transmisión y avanzar. Es una tradición y hay que seguir con ella”.
“Cada uno tiene su técnica. Consiste en mejorarla y practicarla”
La diferencia está en la pura habilidad. “Cada uno tiene su técnica. Consiste en mejorarla y practicarla”, sostienen. Por eso montan en bici un viernes noche mientras otros chicos de su quinta alternan por bares y discotecas. “Más que tiempo, es echarle ganas. Preocuparte por venir aquí, cambiar las ruedas, preocuparte por ver qué funciona mejor y venir aquí un par de días para intentar subir”. Hay otros factores. “Nosotros competimos con bici de carretera y tenemos mejor forma física que otras personas”. Porque moverse sin cadena es todo un reto para el tren superior. “Tienes que tirar de espalda o de brazos”, subraya Hugo. “Parece que no, pero aquí el corazón también le llevas rápido”, añade Iván. El ciclismo, un deporte cimentado sobre la agonía, también aporta capacidad de sufrimiento. Ese “voy a intentar llegar un poco más”.
El entrenamiento nocturno no sigue cánones muy establecidos. Hay años en los que han salido desde un mes antes de la carrera; este, con las obligaciones mediante, han tenido que esperar hasta las vacaciones navideñas. Van por sensaciones: “Subir, picarte uno con otro y pasártelo bien”. Es una buena forma de “echar la noche” ahora que ya no están todos en el mismo equipo. La noche tal y como es, porque de vez en cuando aparece “algún borracho” por las esquinas. Y la gente, anonadada ante lo que ve. Les hacen fotos y, los que saben de qué va el tema, les animan. “Normalmente la gente se te queda mirando pero no entiende qué estás haciendo”.
“Ves a la gente que anima y tiras un poco más. Un poco más. Y al final, llegas”
El día de la carrera cambia. El público sabe lo que está viendo y corea como si se tratase de un puerto alpino. Hablan de ese pasillo que se abre ante ellos, como las aguas ante Moisés. “Ves a la gente que anima y tiras un poco más. Un poco más. Y al final, llegas”. El futuro de la carrera, que celebra el sábado su 86ª edición, recae en ellos. El abuelo y el padre de Iván compitieron en el Pavo y él conserva esa herencia. “Ahora nos toca a nosotros”. Y asumen, como Hugo, esa responsabilidad: “Esto no se puede acabar”.
El nivel ha subido sobremanera en el Pavo y eso ha cambiado las cosas. Antes era una prueba de pura resiliencia: el que más lejos llega, gana. Ahora, son muchos los que completan el recorrido –hasta cerca de una decena- y a veces es necesario hacer semifinales y final para decidir campeón. Ya no solo gana el que más arriba llega, sino el más rápido. «La gente se lo toma más enserio. Antes subía uno y parecía la hostia”. Ellos inciden en el carácter festivo: “Te subes al podio, cuatro fotos, pero no llega mucho más allá”.
«Era imbatible, tenía más nivel que todos nosotros. Ves que se lo prepara, que se lo curra. Y dices, si él puede, yo también»
Pero lo cierto es que cuando Hugo se hizo con el triunfo en 2019 fue “una victoria de todos”, subraya Iván, que fue tercero. Aquel día tuvo especial valor por la ‘tiranía’ que había impuesto Julio Martínez, ganador de las últimas ocho ediciones, a una de José Luis Mayo, que lidera con nueve el palmarés de esta carrera organizada por el Club Ciclista 53×13. “Era imbatible, tenía más nivel que todos nosotros. Ves que se lo prepara, que se lo curra. Y dices, si él puede, yo también”, subraya Hugo, que habla de un sueño cumplido. “Se dio la oportunidad y la aproveché. A mí esto me gustaba. Este año, con los estudios, he tenido menos tiempo para entrenar, pero como mínimo espero subir al podio”.
El Pavo ha pasado de la fiesta de tirarse y volver a casa feliz con la bolsa de regalo y la sidra a una competición de nivel. “A final esto es un espectáculo más que una carrera”. Los desempates lo condicionan todo. Ellos entienden que la velocidad es directamente proporcional a la técnica: el más habilidoso irá más rápido. Pero al ser varias rondas, toca dosificar. Como un atleta en una pista de atletismo, es necesario saber coger los ritmos para no “petar” a mitad de camino. Por eso hablan de un “sprint controlado”. Que por tiempo y concepto se asimilaría a un 1.500 de atletismo. “No puedes dar el máximo al principio porque luego no llegas arriba”, explica Hugo. Y eso se aplica a las siguientes rondas, porque hay que guardar fuerzas para los desempates. “Como te pases un poco en la primera subida, luego en la segunda…”, añade Marcos, que ahonda: “Dices, voy a darle un poco, qué bien voy, y encima la gente animando… Y luego empiezas la siguiente tocado”.
Ante el repunte epidemiológico, el miedo a la suspensión está presente, sobre todo ante el escenario de que la gente se amontone mucho en ciertas partes del recorrido. “Va a ser como lleva sucediendo en estos dos últimos años; según la responsabilidad y lo que quiera la gente”, resumen. Es el ciclismo y sus escenas de corredores que van a atropellar a un público que, en el último momento, abre paso. “Es un día en el que sientes que el protagonista eres tú. Da igual que ganes o te quedes abajo; la experiencia, que la gente te mire y te aplauda, es única”. Y siguen entrenando, protegidos por la luna. Porque los sueños no tienen cadena.
