Y al final no fue tan azul, a pesar del nombre. Velma Powell y los Bluedays hicieron honor al título de su de su álbum, ‘Step into the blues’ y su concierto en el Teatro Juan Bravo de la Diputación fue un paso hacia el blues, pero no un paso grande, no un concierto para los días más azules; un concierto azul claro en el que predominaron las melodías que a veces sugieren un ‘step into’ lo más suave del rock o incluso un ‘step into’ algo parecido al country. El blues de Velma Powell y los Bluedays fue de un azul que incluso permitió que alguna espectadora en los palcos medios del Teatro terminase bailando al ritmo de las últimas notas de la banda.
Empezaron el concierto ellos y lo terminaron ellos también; una banda en la que la guitarra de Carlos Sanz y la de Mike Terry se ceden protagonismo dependiendo de la canción que suene, y en la que las manos de Rubén Villadangos pegan brincos sobre el teclado como si hacer a los dedos tomar impulso sobre las teclas más agudas fuese fácil. Y sin embargo, ahí estaba él, sentado como quien se sienta a comer y no a alimentar a base de música.
Mención especial merece Jorge Otero, quien antes de convertirse en el auténtico showman del concierto ya se debía de haber ganado el respeto propio del público en sus primeras intervenciones. Y es que, en general, resulta difícil ver a un bajista disfrutar tanto de la música que toca, con un instrumento tan poco agradecido como un bajo de cuatro cuerdas. Habría bastado con mirarle durante todo el concierto, para disfrutar de todo el concierto; del principio de sus movimientos elevando el bajo para conseguir notas difíciles, al fin de sus presentaciones.
Varias líneas después, ahora sí, toca el turno de Velma Powell, quien según sus compañeros de escenario, de vez en cuando finge que está cansada para cederles protagonismo.
La cantante nacida en Chicago no defraudó con su torrente de voz; empezando por el primer tema con el que buscaba un “real man” (hombre real) y terminando por un “now I wanna dance” (ahora quiero bailar) que dejó doloridas las palmas de los asistentes.
La vocalista se estiraba y se encogía sobre el escenario, cerraba los ojos fuertemente y los abría al mismo tiempo que su sonrisa dejaba ver el hueco entre sus dientes; alargando y doblando el brazo con el que sujetaba el micrófono buscaba notas y las dejaba escapar. A veces, se hacía cómplice de sus músicos y daba la espalda al público, y otras veces buscaba el guiño en los espectadores y bajaba las escaleras del escenario para encontrarse con él en una de las butacas del patio.
La batería de Rubén Castro ejercía de metrónomo y medía el ritmo de las melodías que hacían sonar a veces más azul claro y otras más azul oscuro a ‘Stormy Monday’, ‘Sugar’, ‘Boom boom’, ‘Blues doctor’ o ‘Your soul’, y Velma Powell iba presentando su repertorio a veces en español, otras en inglés y otras en spanglish, pero siempre con el brillo en los ojos de quien sabe que lo siguiente va a sonar a chino; a algo a lo que los espectadores no están acostumbrados. A diferente. Y es que Castilla y León no es Illinois, ni Segovia Chicago, pero a veces tienen la suerte de sonar a algo parecido.
El concierto iba terminando después incluso de que ‘Los Días Azules’ hiciesen sonar a Willie Dixon, de que Velma Powell llevase el blues desde una silla colocada en el centro del escenario hasta el último rincón del Teatro, y de que la propia Velma se convirtiese en cazadora; de notas y de aplausos. El concierto no había sido tan azul como prometía, pero, ¿y qué? Como tituló Miles Davis a uno de sus discos, bastaba con ser o estar ‘Kind of blue’ (algo azul/triste) para disfrutarlo.
