Durante más de una hora fue interrogado ayer el autor de un informe psicológico sobre el acusado y su entorno en la vista oral que se celebró en la Audiencia Provincial por el denominado ‘caso de Aldea Real’. En este informe se basan, en gran medida, tanto el Ministerio Fiscal como la defensa al calificar los hechos de homicidio y apreciar atenuantes.
En este sentido, el perito fue contundente al afirmar que G. G. M. no tenía intención de matar y “en ningún momento” actuó con sangre fría. Esta persona, que es psicoforense, explicó que para elaborar su informe, encargado por el juez de instrucción, entrevistó en tres ocasiones al acusado y mantuvo otros encuentros con sus padres, su novia y también con los dos hermanos de la víctima.
En su declaración en el juicio sostuvo que G. no padece ninguna patología psiquiátrica o trastorno psicológico apreciable. A preguntas de la fiscal, mantuvo que su arrepentimiento por causar la muerte de L. C. G en agosto de 2011 es sincero y no responde a una estrategia para encubrir algún aspecto u obtener beneficio.
“No se trata de lágrimas de cocodrilo. El arrepentimiento se da en él desde el momento que comete el delito… G. tiene un severo sentido de la responsabilidad y piensa que tiene que pagar por lo que ha hecho”, afirmó el experto.
Comentó, asimismo, que la agresión mortal se produce en un momento de “falta de control de los impulsos” que le conduce a “un comportamiento explosivo”, aunque como psicólogo considera que éste no tiene una personalidad agresiva o criminal y, más bien al contrario, “en su vida hay un componente moral”.
Cuando mata a L. lo hace movido por sentimientos de ira muy profundos y con una sensación de desamparo, añadió, ya que antes de dirigirse a la víctima llama a la Guardia Civil y al secretario de la cámara agraria local para que acudan ante lo que considera un agravio pero sin obtener la respuesta esperada.
El abogado de la acusación particular, que defiende los intereses de los hermanos del fallecido, intentó desvirtuar o matizar los argumentos del perito preguntando, entre otros aspectos, por el comportamiento del acusado en el día y medio que transcurrió desde que comete el crimen hasta que confiesa.
Sin embargo, el psicoforense sostuvo que G. “no puede aceptar que ha matado y esconde para sí todo lo que ha hecho”, de ahí que enterrara el cadáver y aparentara que no había pasado nada. Indicó, además, que si hubiera actuado de forma premeditada, conocedor como era del medio ambiente de la zona, no hubiera obrado como lo hizo, dejando rastro por varios sitios.
Abundó en esta idea, al señalar que para el acusado, esas horas que pasan hasta su confesión fueron de auténtica “autotortura” y su mente busca una solución “casi mágica” de modo que si desaparece el cadáver es como si no hubiera ocurrido algo que encuentra “atroz, tremendo”.
El perito cree que para el acusado supone una liberación confesar los hechos porque en los momentos previos llegó a pensar en quitarse la vida, ya que “desde el primer momento supo que lo que había hecho estaba mal”.
