“Nolite timere ego vici mundum”. Esta frase, “No temáis, yo vencí al mundo”, que rodea la base de la cúpula de la bonita iglesia barroca de Santa Bárbara en Madrid, es una gran máxima para los católicos. Aunque, al parecer, no tanto para los “anti”, como quisieron demostrar el último día del año en plenas uvas.
Los sociólogos John David Brewer y Gareth Higging definen el anticatolicismo como “una de las raíces primarias del sectarismo, que ocurre a tres niveles: el de las ideas, el del comportamiento individual y el de la estructura social”.
En lo que se refiere a las ideas, el anticatolicismo se expresa en estereotipos negativos sobre las creencias de los católicos y de la Iglesia Católica; a nivel de acción individual a través de la intimidación, acoso y sectarismo; y referente a la estructura social mediante la discriminación y la desventaja social.
Sin embargo, no es fácil imaginar a un grupo en contra de los musulmanes, de los judíos, de los hindúes o de cualquier otra religión, porque la reacción sería feroz y poderosa. Entonces, ¿por qué está bien comprender la intolerancia contra los católicos?
Los 2.300 millones de cristianos no entendemos nada. Y por cierto, frente a la creencia general, la cifra aumenta cada año en todos los continentes. Salvo en Europa.
Pero lo evidente, es que esas ofensas gratuitas como la que sufrieron en directo aquellos que tuvieron el dudoso gusto de ver las campanadas de fin de año en la 1, lo único que hacen es contribuir a una sana rebelión por parte de los católicos que consiste básicamente en reafirmar sus creencias, cada vez estar más orgullosos de ellas, y a la vez reaccionar contra ese universo posmoderno y vacío que se nos quiere imponer y que rechaza explícitamente el equilibrio interno y la espiritualidad. Ya aseguraba Thomas Jefferson que “un poco de rebelión de vez en cuando es cosa buena”.
Por otra parte, el filósofo francés Émile Chartier, una de las voces más activas en los debates públicos en su momento (finales del s.XIX a mediados del s.XX), y siempre desde posiciones equilibradas, -hasta el punto de ser considerado “la conciencia de la III República”-, dijo: “ No se puede razonar con los fanáticos. Hay que ser más fuerte que ellos”.
Y en esas estamos. Por eso es reconfortante leer el artículo de Rafael Núñez Huesca cuyo título ya es bastante ilustrativo: “Ser católico es el nuevo punk: el inesperado revival cristiano”. Demuestra que todos esos ataques no han funcionado porque no es fácil acallar, ni silenciar, ni amordazar la natural dimensión religiosa del ser humano.
