Señora directora:
Pero me gusta Segovia porque es como un rico museo a extrarradios de Madrid. Sus calles y rincones son sabiduría y cultura. Sus piedras, historia milenaria que pende del cielo en equilibrio estoico. Ciudad de pasado emblemático y misterioso con esas sus piedras flotando en el aire soportando el capricho del tiempo.
Huelen a horno, cochinillo y lechazo sus calles que destilan una gastronomía exquisita y de gran prestigio.
Segovia es su Catedral, Acueducto y Alcázar. Fortaleza de valentía. Es “El Cándido”, “La Maribel”, “El Bernardo”, “El José María” y muchos más. Es el majestuoso entorno de “El Taray” y la Judería; y todo ese paisaje que lo abraza y lo viste de flores. Segovia es paz, sosiego y tranquilidad que remansa las conciencias. Es cultura vieja que busca ser nueva. Ciudad que bien merece ser visitada más de una vez en la vida.
Segovia es todo su horizonte; La Granja y sus habones; la falda del Guadarrama vestida y festoneada de pinos; y La Mujer Muerta a lo lejos.
Segovia es la amabilidad y acogida de sus gentes; y esas tres niñas, iguales ellas, corriendo por sus callejuelas con la sangre de mis venas. Es toda ella un crisol de culturas que hermanan. Es un lugar donde un día se detuvo la luz más pura para hacer brotar la poesía. Es el abrazo de sus calles, y un suspiro de mirada al cielo. Tierra con sabor a folk y jota; a manteos y refajos.
Un lugar en el mapa donde se recrea el pasado más sincero y se representa la comedia de la vida. Todo allí parece aderezar un puro teatro. Escenario perfecto para revivir el asombro. Toda la ciudad es como un enorme palacio de cuento. Todo transparencia.
Sí, porque Segovia, ante todo, es el abrazo y acogida de sus gentes; un misterio en la distancia del trajín madrileño, donde se acurruca el reposo.
Benjamín Charro Morán