He encontrado pocos segovianos que hayan visto con buenos ojos, la presencia de puestos, casetas, mercadillos, etc., generalmente de estética más que dudosa, ocupando y, a veces, ahogando las calles y lugares más emblemáticos del Casco Histórico. A la vista de lo que se va sucediendo, todo hace pensar que estas estampas se van a repetir con frecuencia con y sin necesidad de extraordinarias circunstancias. Poco parece que vayan a contar las sensatas consideraciones de quienes no ven en ello substanciales beneficios económicos, calculadas “groso modo”, por el público que concentran. Sean o no reales las supuestas ventajas económicas, y quiénes sean sus beneficiarios, cosa que está por demostrar, lo que sí es manifiesto, es que la presencia de estas instalaciones empaña claramente la imagen de la ciudad y priva al ciudadano, residente o visitante, de la contemplación y disfrute de bienes patrimoniales que superan el criterio de propiedad local y obliga a todos, también a los regidores, a un trato respetuoso que salvaguarde su identidad y la de su entorno en todo momento.
Conviene recordar que las leyes de Patrimonio, otorgan el mismo valor de cuidado y protección a los Bienes declarados y al propio entorno donde se encuentran. Sin embargo, espacios y lugares dotados de la máxima protección son hollados una y otra vez por elementos espurios que desvirtúan por completo la entidad de los bienes protegidos.
Con tener una base real una crítica de este tipo, nos quedaríamos muy cortos en su alcance si sólo viéramos en estas actuaciones errores y esporádicos incumplimientos de las leyes de protección. En este caso, el equipo de gobierno que administra la ciudad es el más señalado. Si sólo se tratara de errores o desaciertos, cabría la confiada esperanza de una rectificación, a la vista de las críticas y los discutibles resultados. Sin embargo, en el supuesto que yo contemplo, no cabe rectificación porque no se trata de actuaciones desacertadas, y menos, como muchas veces se dice, de meras ocurrencias de improvisación sobre la marcha. Mi tesis es que estas actuaciones junto con otras medidas o propuestas, de tanto o mayor calado que se están tomando en Segovia, responden a un modo determinado de entender la ciudad, un modelo de gestionar “la ciudad Vieja de Segovia y su Acueducto”. Un modelo que no es original porque ya se viene aplicando en otras ciudades o cascos históricos.
Desde hace tiempo, se viene extendiendo y dando por inevitable el mantra de la obsolescencia de las Ciudades históricas: Los centros históricos se han hecho viejos e incapaces de responder a las funciones que requiere la vida de las comunidades que inicialmente las ocupaban.
Este afectado convencimiento cargado de una supuesta fatalidad, es el caldo de cultivo y el motor que pone en marcha un proceso de vaciamiento de los Cascos históricos y la sustitución de sus habitantes. Lamentablemente, en este proceso son las administraciones públicas las primeras que se aprestan a ello liderando la eliminación de servicios básicos, cuando deberían ser las primeras obligadas a evitar esta evolución. Aceptan sin reserva la supuesta irreversibilidad de este proceso de vaciamiento de las ciudades históricas, y se aprestan al protagonismo de buscarles una alternativa. Y entienden que esta alternativa ha de ser por definición lucrativa. La fórmula para este objetivo es bien conocida: la mercantilización: La conversión de la ciudad en un producto que vender al exterior. Es cuestión de que la ciudad, declarada obsoleta para los usos tradicionales, se reconvierta en producto mercantil. Así las viviendas devienen en mercancía: dejan de ser espacios para garantizar el derecho a vivir dignamente y asegurar la presencia de los vecinos en la ciudad y se convierten en un atractivo mercado para la especulación. Los monumentos y espacios singulares se convierten en atractivos escenarios para eventos masivos, que deben generar lucrativos beneficios. En esto consiste la mercantilización tal como la define el filósofo y sociólogo Herbert Marcuse: Un proceso por el que el valor económico de algo pasa a dominar sobre los demás usos. Está claro que no son sólo las administraciones las que se apuntan a este carro. Evidentemente que también se suma la iniciativa privada a la que viene muy bien que las administraciones “muevan el árbol” para que ellos puedan recoger beneficios. En este contexto, la inversión en turismo se presenta no la única pero sí la principal panacea. Se necesita el turismo, y se necesitan muchos turistas que llenen espacios y demanden alojamientos. El negocio se mide en números. Es la industria del movimiento de masas que se desplazan acudiendo al reclamo de cualquier evento. Sobre este tema escribe Jorge Dioni López en “El Malestar de las ciudades”: Lo que está ocurriendo en las ciudades no corresponde a un fallo del sistema, no se trata de una consecuencia indeseada, sino que corresponde exactamente al plan trazado por el capitalismo neoliberal que todo los mercantiliza.
Entenderán ahora por qué empezaba diciendo que no son errores las criticadas actuaciones que señalábamos. No son ocurrencias. Estas actuaciones, lamentablemente, responden a un modelo de ciudad: Una ciudad en trance de mercantilización.
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* Profesor de Filosofía. Presidente de “Amigos del Patrimonio de Segovia”.
