Le resulta complicado dar una respuesta. No sabe muy bien qué decir cuando le preguntan qué le llevó a adentrarse en el mundo de la ilustración. Siente que es algo parecido a la historia: “Nos pensamos que son apartados estancos”, sostiene. En su caso, todo fue “muy fluido”. Celia Arias Vaquerizo (conocida como Celia Uve) empezó a hacer viñetas cuando era apenas una niña. Esto no lo considera tanto un arte. Más bien, lo llamaría inquietud. Pronto saldrá un cómic divulgativo en el que ha participado: mostrará los cinco años de investigación que Eresma Arqueológico lleva realizando en cuatro yacimientos segovianos. Ahora imparte un taller de cómic y creación de personajes en la Casa Joven de Segovia. Siempre dice lo mismo a sus alumnos: una parte de sus trabajos, se debe al “don” que tiene. Pero el resto, es práctica.
La segoviana estudió Bellas Artes. La carrera parecía estar muy enfocada a los artistas que pintan óleos o hacen esculturas. A su juicio, la ilustración no tenía cabida. Se limitó a hacer lo que pedían. Tuvo que soportar las críticas de algún que otro profesor. Aún recuerda como una de sus maestras le dijo que su trazo era “demasiado ilustrativo”. Sus obras parecían destinadas a cuentos de niños. “Como si eso fuese algo malo”, señala.
Ya de pequeña, Celia hacía “monigotes”. Hace poco, su madre recuperó esas viñetas. Con el tiempo, siguió haciéndolas. Cuando estaba acabando los estudios, “contaba historias”. Pero en su círculo de confianza. En una libreta hacía dibujos “graciosos”. Hasta que uno de sus amigos le animó a profesionalizarlo. Empezó como a la “antigua usanza”: con lápices. De ahí pasó a utilizar una tableta gráfica.
El final de sus estudios coincidió con la crisis económica de 2010. “No había absolutamente nada de trabajo”, lamenta. Hizo un curso de maquillaje. Y acabó “de revote” como maquilladora de televisión. Pasó cuatro años “muy bonitos”. Le gustaba ver qué había detrás de las cámaras. Pese a ello, esto no le llenaba.
Tiempo después, su vida cambió. Cuando terminó el máster de Cultura y Arqueología, estuvo tres años trabajando en un departamento de Edafología con un grupo de investigación. Analizaba sedimentos y huesos arqueológicos. Fue así como se adentró de lleno en el universo científico. Le interesaba el patrimonio cultural. Sobre todo, su divulgación. Y esto provocó el surgimiento de sus famosas ‘Segovianadas’. Sigue trabajando con científicos e investigadores.
Sus libros llamados ‘Segovianadas’ (I y II) surgieron a raíz de un trabajo de investigación. Todas las viñetas que lo componen responden a una labor de divulgación cultural e inmaterial. Contienen palabras y frases que solo se dicen aquí. Recoge así el patrimonio de Segovia. Este es uno de sus proyectos “más bonitos”. Sentía la necesidad de hacerlo porque “se estaban perdiendo muchas cosas”. Puede decir orgullosa que está contribuyendo a difundir sus raíces.
En su caso, ha creado su propio estilo. Su punto de inflexión son los ojos de las viñetas. Son saltones. Y uno más grande que otro: tras esta decisión no hay una razón. Le gusta jugar. Se sintió cómoda haciéndolo. No se imaginaba que eso se acabaría convirtiendo en su seña de identidad. Le paree algo “simpático” y gracioso. “El humor es una herramienta poderosísima”, cuenta. Cree que, a través de la diversión, se aprende mejor. Insiste en entender la viñeta como una vía educativa y didáctica.
Hace tiempo que convirtió el dibujo en su profesión. Sigue disfrutándolo como el primer día. Cuando puede, va al campo y dibuja lo que le “apetece”. Es su vía de escape. Lamenta que la ilustración este “desplazada” en el mundo del arte. Considera que se le puede sacar “mucho partido”. Es una herramienta de comunicación potente. Para la población en general. Ya sea para los niños. O para quienes tienen diversidad funcional. Con sus obras, lucha por que se le dé la importancia que merece a este arte. O, como ella dice, a esta “inquietud”.
