El año pasado perdió a su cuarto hijo, el único que le quedaba, mientras él estaba siendo atendido en la Residencia Asistida de Segovia, pues su salud había empeorado considerablemente. Durante casi toda su vida había sido un hombre con una gran fortaleza física y gozó de una salud de hierro.
Pero el tiempo siempre gana. Ayer se dio ya por vencido y falleció Galo García Calvo, a los 108 años de edad.
Había sido resinero durante casi toda su vida en los pinares de Navalilla. Con más de cien años de edad seguía paseando a diario desde su domicilio hasta los pinares del pueblo. Los ha visto crecer, sufrir la crisis de la resina y su resurgimiento. También le ha abrasado el alma ver cómo eran pasto de las llamas hace unos años.
Los pinos le han dado la vida y también se la han quitado. Era un intercambio. Tras haberse ganado la vida resinando, ya jubilado, en sus paseos diarios, se traía alguna piña o algún palo, contribuyendo a mantener limpios los pinares.
“Me gusta sentirme útil, y así me creo que todavía valgo para algo”, aseguraba cuando cumplió cien años, para mostrar su estrecha unión con el monte.
Comenzó a trabajar con 14 años ayudando a su padre, también resinero. Luego se hizo con media mata para independizarse. Recordaba que se levantaba de noche para aprovechar la frescura de la mañana para derroñar, remondar y recoger miera. “Eran jornadas de sol a sol”, relataba. “Entonces los pinares valían algo, porque de ellos se sacaba la colofina y el aguarrás, pero hoy no tienen valor”. Además los pinares también creaban aromas con su olor a espliego, a madera y barrujo.
En alguna ocasión compaginó su labor forestal con la construcción de la cercana presa de Burgomillodo, con 15 años de edad. Cobraban cinco pesetas al día los oficiales, y dos y media los pinches, como él. Con ese dinero se compró una moto.
Sólo se separó de los pinos en dos ocasiones: a los 20 años para ir a la mili, y a los 27 años, al ser alistado de nuevo para ir a la Guerra Civil, una parte su vida que le incomodaba recordar.
En contadas ocasiones tovo que visitar al médico, y eso que estuvo fumando hasta los 90 años. Cuando peor lo paso fue —lamentaba hace ocho años— la pérdida de sus hijos. “Es como un árbol al que le resquebrajan sus ramas”, decía Galo.
En el momento de fallecer esta semana le lloraban sus once nietos y la hermana que le quedaba, Benedicta, de 103 años.
Ayer regresó al pueblo por última vez para descansar en paz en el cementerio de Navalilla, junto a los pinos que han sido su vida.
